lunes, 6 de julio de 2015

BORRADOR COMPLETO


Soy periodista y la búsqueda de la verdad es mi ocupación. De todos modos yo me pregunto si alguna vez llegaremos a conocerla (a ella, a la verdad) tan sólo consignando, de manera fiel, los hechos.
Nací en la ciudad de Valentín Alsina en el año 1974. Pertenezco a una familia no oriunda de la zona. Mi viejo provenía de Santa Fé y se instaló primeramente en Barracas, donde logró asentarse como comerciante y luego se trasladó al otro lado del riachuelo cuando su hermano mayor (el tío Angel) también emprendió la travesía a Buenos Aires y compraron una antigua casa grande con galería y techos de bovedilla. Dije 1974, año del último título de San Lorenzo por 21 años. 
Mi viejo era fanático de Boca y cuando nací, luego de anotarme en el Registro Civil el siguiente trámite fue hacerme socio, filiación que mantuve durante seis años, hasta que un día, luego del asado dominguero, el tío Angel, cuervo fanático, se entregó a una larga disquisición entre los conceptos de elegir y heredar. No entendí nada pero me gustó más la camiseta azul y roja que llevaba puesta que la conocida auriazul. Mi viejo se embroncó y al día de hoy sostiene que lo mío fue facilismo, que me hice de San Lorenzo deslumbrado por los festejos del ascenso del 82 pero sé bien que no fue así, que me convertí el día que tío llegó a casa deshecho en lágrimas mientras mi viejo celebraba el único título de Boca con Maradona. Eso pasó el 15 de agosto de 1981 y fue la escena más fuerte de mi infancia porque el tío llegó con un tablón al hombro como quien arrastrara una cruz. Se había ido a pie desde la cancha de Ferro hasta Avenida La Plata e Inclán. Apenas tuvo que forcejear para vulnerar uno de los portones de ingreso. La persona más indiferente se hubiese impresionado ante el triste aspecto que presentaba ese estadio abandonado. Era como el esqueleto de lo que había sido en vida, diría unos días después. Había ido dispuesto a arrancar un tablón y llevárselo de recuerdo. Tal vez se esperanzaba con descargar toda la bronca y la frustración pero no fue necesario. Solamente necesitó tomar uno de una estiba que esperaba sin más ser trasladada en medio del desmantelamiento general. Después lo cargó a pie hasta casa, donde llegó a las 12 de la noche. Entró sencillamente digno y felicitó su hermano menor por el campeonato. Si el viejo tenía pensada alguna broma se la guardó mientras le ayudaba a sacarse el peso de encima y a acomodarlo en un rincón del patio. Yo me había levantado a tomar agua y vi todo desde la ventana de la cocina. Ese día -y no otro-  me hice hincha de San Lorenzo. 
Un año después volvimos a primera y Tío Angel organizó un asado. A la hora de los postres (de los vinos) me sentó a su lado y filosofó de la siguiente manera: "Vos naciste en el 74, el año de nuestro último título en primera, pero ese es un título discontinuo, por lo siguiente: San Lorenzo salía campeón cada trece años, a saber: 1933 (Blazina), 1946 (Martino, Farro, Pontoni), 1959 (Sanfilippo) y 1972 (El Ciclón). Antes de eso estuvo el Metro del 68, cuando los Matadores fueron el primer campeón invicto de la historia, pero ese año fue una yapa, lo mismo que el Nacional del 74. Ninguno de los dos correspondía a un año predestinado. Por ese motivo el año pasado descendimos, porque se cumplieron 13 años de ese título desfasado de la tradición mística. Pero ahora con el ascenso se inaugura un nuevo ciclo y si todo sale bien y el universo recupera su armonía, deberíamos dar la próxima vuelta en el año 1995". 
Creer o reventar, el 95 salimos campeones con el Bambino. 
En fin, en 1985, mis viejos se mudaron al barrio de Almagro. Yo me quedé un año más en Alsina con el tío, hasta terminar la primaria, que me quedaba a la vuelta de casa y la cual no quería abandonar porque estaban mis amigos del barrio. Ese año fuimos a la cancha como nunca alentando a los Camboyanos, (por entonces locales en Huracán) y lo recuerdo como uno de los mejores tiempos de mi vida. Cumplido el año, me mudé a Capital con los viejos. Cursé la secundaria en el Mariano Moreno e ingresé en la UBA donde estudié la carrera de Ciencias de la Comunicación y me recibí en 1999, ingresando, gracias a los oficios de Don Pedrito, un amigo influyente del viejo, en un conocido multimedios. 
Realizaba las más diversas tareas: redactor, notero, corrector, tirador de cables, cronista de sucesos, detective en apuros... Me conformaba con el magro sueldo, ya que no tenía compromisos. Pero a los pocos meses, decidí emanciparme y alquilar un viejo departamento cerca de Parque Chacabuco y, como suele ocurrir en estos casos, casi de inmediato mi integridad se encontró de patitas en la calle y mi nombre en una flamante y enteramente exclusiva lista negra. Dios podrá existir o no, pero el mundo lo rigen las leyes de Murphy.
Fue un suceso bastante peculiar. Un día me mandaron a asistir a uno de nuestros periodistas estrella -y principal inversor del multimedios- en la cobertura de una nota sobre los travestis del barrio de Palermo. Fue un caso muy sonado y algún memorioso podrá recordarlo: los vecinos, gente rancia y respetable, denunciaban su presencia en la vía pública y aquellos se amparaban en el derecho a ejercer la libertad de trabajo.
Nuestro periodista estrella no solía rebajarse a tales menesteres, pero, al margen del ferviente defensor de las buenas costumbres que era, en esta ocasión lo movía un interés personal: era vecino del barrio y no era difícil advertir que el papel de justiciero mediático (a la manera de azote de los herejes) le provocaba (Él le perdone) cierta vanidad.
Aquella noche, cuando arribó, nuestro móvil fue ovacionado. La puja entre los bandos estaba en su apogeo. De vereda a vereda volaban acusaciones, poses e insultos. En medio de la lid, destacaba por su agresividad una vecina corpulenta y entrada en años que llevaba un maquillaje de apuro y algo sobrecargado. Un carácter histriónico y poco ubicuo me llevó a comentar -en forma ocasional pero en un tono lo suficientemente audible para que cualquiera pudiera oírlo- que ése era el representante oficial de los travestis. Daniel H., el periodista estrella, lo tomó en serio y con cara grave se dirigió a la señora en tan desafortunados términos. Como réplica, fue duramente increpado y una vecina recién llegada de las compras lo agredió con una baguette. Como la nota salía en directo, no hubo forma de cortar nada. Fue un papelón que los programas de bloopers, cual aves de rapiña, se encargaron de magnificar y retransmitir hasta el cansancio. Tanto escándalo por tan poquita cosa.
Siempre sostuve que las bromas, cuando son bien hechas, por regla general no ofenden. Claro que no es tan mecánico ni funciona igual con todos. Daniel H. me echó, acusándome de comunista y amenazó con asegurarse de que ningún medio me tomara ni siquiera para barrer (cosa que también hacía en el multimedios).
Así despilfarré una gran oportunidad, según Don Pedrito. 
Por suerte le había caído bien al Gordo J, mi actual director y por entonces responsable de la sección policiales del diario (el multimedios manejaba además varias revistas, un canal de cable y una radio), quien me aceptaba colaboraciones, con lo cual arrimaba para el alquiler del flamante departamento que mantenía con la ayuda de mis viejos, quienes, poco convencidos de mi movida, se mostraron magnánimos.
Después de eso la vida se encauzó en una rutina amable: de casa al trabajo y viceversa, visita al nido familiar una vez por semana para los ravioles de madre, caminatas por Avenida Corrientes con Marisa buscando textos para la facultad, pizza de Hugi´s en la Plaza de la República, el bar Astur y los últimos ejemplares de Pomelo Neuss del mundo y la cartelera del San Martín con su cine clásico de autor o sus conciertos en el hall central. Así, de ese modo discreto y confortable, parecía haberse asentado mi existencia en las postrimerías del milenio.
Entonces ocurrieron los increíbles hechos el supermercado. 

Jueves 1 de noviembre: Demora el plan una pelea con provincias. Por la crisis la gente se mueve menos- El hijo de la novia va por el Oscar.

Una hermosa mañana a comienzos de noviembre de 2001 (exactamente el primero), iba a bordo de un atestado 165 a retirar del taller mi Dodge 73 de una de sus frecuentes recaídas. Intentaba concentrarme en la lectura de un apunte para el cual Marisa me había pedido ayuda (a ella le resultaba difícil y a mi incomprensible, aunque no se lo decía), cuando el rumor llegó a mis oídos por primera vez: algo extraño estaba sucediendo en el supermercado de la vieja cancha de San Lorenzo. No escuché mucho más porque el viaje fue corto pero recuerdo que pensé en cosas lógicas: saqueos, mercadería a la intemperie, etc, y me despreocupé. Pero esa misma tarde, mientras esperaba a Marisa en un banco de Parque Patricios, dos señoras pasaron hablando de personas “sorprendidas por fantasmas mientras compraban” y me pregunté si esos no serían los hechos extraños de los que había oído hablar más temprano. Fue terminar de pensarlo y escuchar la frase confirmatoria: “el vasco este que debutó con cuatro goles... Lángara”. Me hice el distraído y las seguí a unos metros de distancia tratando de oír más, como forma de vencer mi incredulidad. Pues sí: hablaban de fantasmas de jugadores de San Lorenzo en el supermercado de Avenida La Plata, más claro, echale agua.Volví al banco pensando mil cosas, todas juntas. Era como si el Viejo Gasómetro reclamara la atención que se robaba el Bajo Flores en momentos en que San Lorenzo venía de obtener un campeonato (en 2001, vaya uno a saber como jugaría ese dato en la cabalística del Tío Angel) con record de puntos y triunfos sucesivos (trece, uno más que el histórico Independiente de Sastre, Erico y De La Mata) y parecía marchar con paso firme hacia su primer título internacional en la Copa Mercosur. Esa misma noche el “cuervo” jugaba la revancha contra Cerro Porteño en Paraguay. Una semana atrás había ganado 4 a 2. Con el empate o aun perdiendo por un gol pasaría a la semifinal. Como si Boedo no fuera bastante hervidero por entonces, ahora aparecían fantasmas.
Popularmente conocido como "Gasómetro", el tradicional hogar de San Lorenzo de Almagro se erigía en Avenida La Plata al 1700, pleno corazón porteño y por ende, siempre el más porteño de los estadios, aunque dicen que por aquel entonces Boedo no existía o era parte de Almagro y eso explica el nombre completo del club. Había nacido en 1915, en la época en que nacían todos los estadios del fútbol argentino. Poniendo moneda sobre moneda consiguieron comprar el predio en 1928, y poniendo  madera sobre hierro consiguieron terminarlo dos años después. Eso no impidió que en 1929 fuera sede del Torneo Sudamericano junto con River e Independiente; eso sí Argentina jugó allí sus tres partidos porque tenía más capacidad que ninguno, 75.000 espectadores sentados o parados en recios tablones. El apodo de "Gasómetro" se refería a su parecido con unos enormes edificios de la época en la que se almacenaba gas licuado. Dicen que se lo pusieron en la época de la mal llamada "Revolución Libertadora" como término despectivo, tal vez porque para entonces ya existía el "Monumental" de cemento y en una zona más selecta, aunque no lo superaría en capacidad hasta 1978, luego de la remodelación por el Mundial y siempre de la mano de los milicos. Como si ya no fuera necesario, un año después, esa misma dictadura se encargaría de desaparecerlo con la excusa de una autopista (que nunca pasó), de demasiados estadios en la Capital o de la decadencia de la estructura. Sin embargo no olvido una discusión entre el viejo y el tío sobre banderas de Montoneros en la tribuna azulgrana y como "el hijo de mil putas de Cacciatore nos bajó la caña a nosotros y no a ustedes, que siempre estuvieron con el poder, por algo no perdieron la Ciudad Deportiva; Sí que la perdimos; No, la vendieron; Cuervo nostálgico; Bostero puto y después sillas rodando por el suelo y mi vieja a los gritos y los amigos separando. Como sea, el 2 de diciembre abrió sus puertas por última vez en un empate sin goles ante Boca, que pudo haber sido triunfo si el loco Gatti no hubiera atajado un penal en los últimos minutos. Todo un presagio.
A mi siempre me gustó pensar a San Lorenzo como un club de barrio que llegó a ser grande. Porque ¿como explicar sino sus bailes de carnaval que ayuntaba a los vecinos? Es verdad que bailes de carnaval hubo siempre, pero el del Gasómetro era el "carnaval mayor de Buenos Aires" y eso era vox populi. Más aún, en octubre del 73 tocó Carlos Santana con su banda, el antecedente de los mega recitales de River, según el tío, aunque el viejo se ríe y le recuerda que ese día se vino abajo el alambrado y entonces el tío le responde que la cancha, no el alambrado se vino abajo el día que el Bambino le metió cuatro goles a Boca.
-Sí, pero San Lorenzo nunca salió campeón jugando en el Viejo Gasómetro.
-Cierto, dio la vuelta en Villa Crespo, el Monumental, Liniers y por supuesto en la Bombonera... pero en el Viejo Gasómetro nunca, cuando tenés razón, tenés razón.

Marisa llegó un poco tarde y salimos volando para el Lorange. Ibamos a ver La lengua de las mariposas, una película acerca de la vida de un maestro republicano en momentos en que España cae en poder de Franco. Por una cuestión de asociación lógica me vino a la mente la canción Los fantasmas del Roxy, de Serrat, reconocido antifranquista, que cuenta la historia de un cine de barrio reemplazado por una sucursal bancaria, cuyos clientes, un buen día comienzan a ser espantados por la aparición repentina de las antiguas estrellas de Hollywood. Una forma de revancha, de alguna manera. Pensé que una buena adaptación consistiría en las viejas glorias de San Lorenzo irrumpiendo entre las góndolas y las cajas registradoras, recuperando el espacio que les había pertenecido por medio siglo. Las situaciones eran semejantes: un mundo romántico y popular enfrentado al interés capitalista. Pensé cuánto tiempo resistiría el Lorange antes de ser convertido en un bingo o en la Iglesia del Divino Alguien. Pensé la posibilidad de una nota pintoresca para el suplemento del domingo “El viejo Gasómetro se resiste a morir” o algo por el estilo. Cuando terminó la función le pedí que me acompañara a echar un vistazo. Por supuesto tuve que explicarle a grandes rasgos de qué iba todo. La ventaja era que, de ser cierto, ella tendría la oportunidad de ver buen fútbol por primera vez en su vida. Resentida hincha de Racing me mostró el dedo mayor pero aceptó. En el fondo sentía más curiosidad que yo. 

Fui el primer periodista en llegar al lugar de los hechos (la invasión mediática no empezaría hasta la madrugada). Ese día, el movimiento de gente era aún normal. Desde lejos no se advertía nada extraño y no pude evitar desconfiar de los comentarios oídos durante la mañana, pero adentro, a medida que uno avanzaba, se detectaban algunas personas sin carritos alrededor de las cuales otras -con carritos- se demoraban para quedarse a oír lo que contaban. ¡Y lo que contaban tenía que ver con fantasmas! Súbitamente me ganó el cerebro el raciocinio occidental y murmuré con algo de desencanto, como quien cae de una nube:
-Esto es una campaña publicitaria...
-¡Ah, no! ¡Yo vine para ver los fantasmas! -dijo Marisa muy decidida y me arrastró a uno de los grupos. Allí, ante la mirada atenta de una docena de personas, un chico decía haber visto a Batman.
-También personajes de historieta. Esto se pone lindo –exclamó Marisa, restregándose las manos. Alguien le aclaró en tono docente:
-El chico habla de Buttice, el arquero del '68, de los Matadores del '68. Le decían Batman, por la forma en que volaba.
-Claro, el Mono Buticce –agregué, pretendiendo redoblar su humillación, pero me salió mal.
-¡No! Ese es Irusta. El Mono Irusta. Buticce es Batman- me retaron. Marisa no dejó pasar la oportunidad de humillarme.
-Para ser hincha de San Lorenzo no conocés mucho que digamos... En realidad yo sabía que Buticce era Batman.
-Sí, claro.
-En serio... y también sé el apodo del arquero suplente de ese año.
-A ver, ¿cuál era?
-Robin,
Un grupo de jubilados se agrupaba frente al sector de los lácteos. Opté por irme a hablar con ellos.
-Por aquí pasaba la línea lateral, hay que dejar libre el field, córrase, diga -me espetó uno de boina con una Spika en la mano. Otro grupo se ubicaba, según ellos, “detrás de un arco”, otros “a la salida del túnel”.
Les pregunté como hacían para recordar los lugares exactos.
-Se ve clarito, pibe. Mirá esa tribuna repleta.
Recogí unos cuantos testimonios, empujado por las ganas de Marisa que estaba encantada con esa escena irreal, mientras que yo vacilaba ¿Qué estaba pasando? Quiso estar conmigo al momento de desgrabar así que cuando terminamos la acompañé a su casa, donde recogió unas encuestas mientras yo esperaba en el Dodge.
-Vuelvo mañana- les dijo a los padres que salieron a despedirla mientras yo ponía sonrisa circunstante reforzada con dos bocinazos cortos a modo de saludo, cosa que no les hizo gracia. 
Esa noche, en mi departamento, Marisa escuchó los reportajes una y otra vez mientras me tiraba frases descabelladas, por lo poéticas, para mi ya de por sí descabellada nota sobre “el hecho increíble del supermercado”que después de varios intentos conseguí enviar por mail al Gordo J. antes del cierre de edición.
Estos son algunos:

Agustín Cudazzo, 53 años, desocupado: “A una vecina la sacaron desmayada. La atendimos allá enfrente, en casa. Acá se lavaron las manos, por el problema de los robos, ¿vió? Bueno, la cuestión es que la cruzan y nos cuenta que estaba mirando unas latas y de repente ve una sombra de bigotes y pelo largo que se le tira encima y le grita 'mía, mía'. Lo último que recuerda es que le dijo 'tome, tome' tirando la lata, y nada más. Dijo que la sombra tenía voz finita. Con esa descripción tiene que ser el 'Ratón' Ayala. Aparte, por esa manera de encarar el área, ¿vio?”

Luis Pacheco, 83, jubilado: “Yo siempre sostuve que el mejor centrojás era Grecco, Salvador Grecco, del equipo del '46. Pero desde que los vi jugar a todos juntos en el Viejo Gasómetro, creo que 'Coco' Rossi lo supera...y después el pibe Telch. Los de ahora son corredores”.

Ernesto Cazajous, 70, jubilado: “Yo, plata para ir a la cancha no tengo y además la nueva queda lejos en una zona peligrosa. Así que cuando cierran a la noche y quedan las luces prendidas me acerco a la vidriera para ver a Arrieta, Pontoni, Sanfilippo... ya somos varios los que nos juntamos en el Sector Jubilados. El otro día nos echaron. No saben lo que significa para nosotros verlos jugar de nuevo. ¡Qué linda es la cancha iluminada de noche!”.

Yo me acosté temprano pero Marisa se quedó escuchando hasta tarde. En ese momento, le importaba un pito la veracidad o la falsedad de los hechos. Como lectora voraz que era los percibía estéticamente, disfrutaba meterse en esos mundos mágicos, “imaginarios” los llamaba ella y ya se figuraba remontando el hilo de una idea como en los cuento de Poe o asistiendo a una estrevista disfrazada de mendigo, a-la-Holmes. Todo muy lindo pero me empezaba a preguntar qué pensaría el Gordo de mi archivo. Temía que me llamara por teléfono para putearme un poquito.

Viernes 2 de noviembre: Bajarían la deuda en 4000 millones. De la Rúa: convertibilidad a rajatabla. San Lorenzo ya es semifinalista. Boca bajó a Racing y calentó el Apertura.
No lo hizo y al día siguiente, viernes 2 de noviembre, los canales de noticias ya nutrían su generoso estómago con flashes sobre el "Supermercado embrujado". Como ya no sería tan fácil husmear sin autorización, pasé por la redacción sigilosamente (Daniel H. acechaba) para hacerme con una credencial. Descubrí que El Gordo estaba encantado con mi primicia. Lamentaba haberle dado un espacio tan pequeño en la sección “policiales”, ya que estaba seguro de que ese día la noticia estallaría en los titulares de las sextas ediciones. 

Frente al supermercado, acodado en una esquina, queda el bar “La Cancha”. Afuera: cortina metálica y vereda desconchada; adentro: ginebra, pizza y café, y muchos, muchos cuadros de viejas formaciones azulgranas descoloridos por el tiempo y la luz interior. Dos retratos flamantes indican las recientes glorias del 95 y del 2001. Se habla de fútbol, claro, como cuando el Viejo Gasómetro estaba ahí nomás, al otro lado de avenida La Plata. Las voces son roncas por el cigarrillo y los años y te dicen “pibe” con más insistencia que un blues de Manal. Allí me dirigí feliz de la vida a esperar a Marisa, que trabajaba de encuestadora en una zona cercana. Pedí un café y aunque a esa hora estaba casi vacío, me retiré a una mesa rinconera preguntándome por qué el tío Angel nunca me había traído de chico. Era obvio, cuando me empezó a llevar a ver al Ciclón hacía tiempo que jugábamos en Ferro o en Huracán. Pero una vez estuve, la primera y única vez que pisé el Gasómetro, tendría cuatro o cinco años y mi viejo me había llevado porque jugaban San Lorenzo-Boca. No me acuerdo como salieron.  Si recuerdo dos cosas: el terreno elevado que hacía que la pelota bajara un escaloncito cuando salía por la línea lateral (eso no lo volví a ver en ninguna cancha) y la granadina que me tomé en el buffet (dicen que eso también era único, que ninguna otra cancha tenía acceso directo a una barra y en eso se parecía a los clubes de barrio). Admirado por la paradoja de que fuera el viejo y no el tío quien me hiciera conocer el Gasómetro, me quedé pensando en todas las charlas futboleras que habrían tenido lugar en ese ámbito sagrado. Me trasladaba con la imaginación medio siglo atrás y lo veían lleno de sombreros y sacos grises, saltaba veinte, treinta años más acá y veía a la generación de camisas coloridas y pantalones acampanados, la gomina de antes ya no estaba, el pelo se había liberado con el ratón Ayala y la melena más larga de la historia. Epocas y generaciones como capas de recuerdos superpuestas una sobre otra. En las fotos viejas en blanco y negro las tribunas eran de una uniformidad respetuosa. ¿En qué momento surgieron las banderas que adornan las fotos en colores?  Mirando el marco barnizado de los dinteles pensaba en la madera y su capacidad de absorción. Si tan solo hubiera podido registrar el sonido y los olores, los tatuajes toscos, los bigotes teñidos de amarillo por el tabaco. Acaso esté todo ahí, esperándonos en los marcos de puertas y ventanas, y nos falte el sentido que lo capte. Y así nos perdemos el viaje en el tiempo al vientre bohemio, con su calidez y su bienestar interior. En fin, pero había huellas, insolentes, furtivos tajos de navajas que apenas alcanzaban a evidenciar signos, un CASLA bastante nítido y algunos nombres propios, un NEN inconcluso que se me antojaba "Nene" por Sanfilippo. Pensé que alguna día el análisis de los dinteles públicos podría ser -debería- una nueva rama de la investigación antropológica. Recordé una charla con tío Angel -una de las tantas sobremesas en la casa de Alsina- donde me decía que cuando uno es chico y va a la cancha los jugadores -tipos mayores- son como héroes olímpicos, no meros pataduras traídos a un precio demasiado alto para lo que rinden. "Un jugador tiene que tener eso en claro, juega para los que los putean en la platea pero también para ojitos que los tienen en un plano épico. Para los chicos la continuidad del universo, que su vida sea una tragedia o la gloria absoluta esa semana en la escuela, depende de la jugada genial de su ídolo o de su esfuerzo porque también se puede caer con heroicidad, como el Cid Campeador".
En esas y otras ensoñaciones estaba (la de imaginar el bar como un bergantín con bandera azulgrana) cuando llegó Marisa con sus carpetas de encuestas a punto de desparramarse apretadas contra el pecho. Le pedí un cortado en jarrito que sorbió entre curiosa y pensativa mientras le relataba mis elucubraciones anteriores. 
Cuando terminó salimos a la intemperie de la Avenida y nos abrimos camino entre la multitud de cámaras, camarógrafos, cables y reporteros instalados en el playón de estacionamiento. Una vez adentro vimos varios tipos, handy en mano, que se comunicaban entre sí ¿Para qué? ¿Qué dirían? ¿Justificaba eso la seriedad? ¿Se sentirían importantes? Todas estas preguntas me las susurraba Marisa al oído mientras yo trataba de ponerme serio ante el personal de seguridad. Uno de ellos llegó a atisbar una semi-sonrisa en mi rostro y creo que pensó en echarme pero, por algún motivo (tal vez una cara angelical a mis espaldas), cambió de opinión y nos dejó pasar.
Adentro el panorama era similar. La gente del supermercado parecía un poco molesta para que se tratase de una campaña publicitaria y los de seguridad habían recibido la orden de invitar a salir a todos aquellos que no estuvieran allí con evidente intención de compra, algo difícil de comprobar. Era como amenazar a chicos que se portaban mal. Empleados en mangas de camisa y con corbatas flojas explicaban a quien quisiera oír que en realidad “no pasaba nada”.
Un hombre alto y fornido pero de cabeza pequeña y con abundante jopo nos salió al cruce y miró atentamente mi credencial.
-Soy el encargado de la planta baja, un gusto. Supongo que están aquí por los rumores de los fantasmas.
Nos miramos, sorprendidos por su perspicacia. El otro ametralló:
-Hace varios días que se viene hablando del tema. ¿Ustedes vieron algo? Yo no ví nada, los empleados tampoco. Lo concreto es que aquí hay individuos que con pretextos ridículos invaden el lugar, no sé con que intenciones... -aquí nos dirigió una mirada cómplice, del tipo “ustedes entienden lo que quiero decir” y como permanecimos impasibles agregó -Es decir...no son clientes habituales -y lanzó una nueva mirada significativa.
-¿Usted sugiere que hay activistas detrás? -pregunté por fin.
Aquí lanzó una tercera mirada significativa, y como éstas consistían en una mezcla de inclinación de cabeza con fruncimiento de labios, me pareció un perfecto idiota, por lo cual me fui a mezclar entre la gente a ver qué se hablaba, Marisa se quedó, cuchicheándole algo.
Los comentarios no anunciaban nada nuevo. Eran charlas de amigos sobre el “Lobo” Fischer, el “Beto” Acosta, el “Vasco” Zubieta, el “Manco” Casa. Un hombre calvo disertaba sobre arbitrajes parado en un cajón de vinagre. Todos decían que alguien había visto, que alguien les había contado, pero en definitiva, ningún testimonio de primera mano, muy sospechoso. Decidí que ese sería el enfoque de mi siguiente nota, la titularía “Los fantasmas de la duda”.
Después de un rato volvimos al bar. Entre cerveza y maníes, Marisa mencionó La invención de Morel, de Bioy Casares.
-¿Qué es? ¿Un libro de ciencia?
-Ciencia ficción. Hay una máquina que proyecta figuras tridimensionales previamente grabadas.
-Y las mirás con anteojos especiales.
-No, tarado, las ves como personas auténticas, sólidas. Lo que pasa es que, después de un tiempo, como la cinta no es infinita, empiezan a repetir los mismos movimientos una y otra vez. Bueno, leéla. 
-¿Vos decís que las del súper son proyecciones?
-¿Qué se yo? ¿Vos viste algo? Yo no vi nada.
-Parecés el encargado.
-Andáte al cuerno.
Entonces, un hombre pequeñito, de ajado saco y moño, que hasta entonces leía tranquilo en una mesa aledaña se levantó y nos encaró:
-Ustedes son meros seres de papel. La única real es ella. Es decir, debe serlo, tiene que serlo. Escúchame con atención, joven predicador. Todas las cosas visibles, muchacho, no son más que máscaras de cartón. Pero en cada evento (y, desde luego, en el hecho de vivir) hay algo desconocido, pero siempre racional que proyecta los trazos de su rostro a través de la máscara irracional. ¡Si el hombre quiere herir, que lo haga a través de la máscara! ¿Cómo puede un prisionero escapar, si no es a través de la pared de su prisión? Para mí, la ballena blanca es esa pared que avanza hacia mí. A veces creo que nada existe aparte de ella; pero es bastante.... 
Se sentó y siguió leyendo. Marisa me preguntó por lo bajo si la había llamado “ballena”. Me encogí de hombros. Después le dije que no, que no me parecía, pero no estaba seguro... 

Con Marisa nos conocíamos del secundario. La primera vez que la vi estaba en la biblioteca buscando un manual, llevaba el pelo en rodete sujeto con una lapicera y ese detalle me enamoró. Le pregunté cuánto hacía que estaba en la escuela porque no daba para el más clásico "¿Donde has estado toda mi vida?" y no recuerdo qué me respondió. Tal vez me dijo en ese momento que era del turno tarde o tal vez ni se dignó en responderme. No volvimos a hablarnos ni nos cruzamos hasta la fiesta de fin de año en que se apoyó por equivocación en una pared de utilería y nos arruinó el decorado de nuestra obra cinco minutos antes de salir a escena. Mis compañeros se la querían comer cruda  y todos interpretaron mi salir en su ayuda como un gesto galante y supongo que así fue porque después, en el baile, la busqué toda la noche y después la busque todo el año hasta conseguir el sí una tarde de domingo. Ibamos caminando por Lavalle y le di un beso en la mejilla. Me dijo "¿Es tu estilo o sos así de tímido"? El siguiente beso fue distinto y el primero de una larga serie.  "A mi me volvió loco tu forma de ser" podría ser nuestra canción porque como la del decorado, Marisa tiene varias, como llamar a alguien desde un bar y con el gesto de la mano volarle la bandeja al mozo o abrir el paraguas e impactar en la cara de un desolado transeúnte.  Pero la mejor fue la vez que quiso abrir la puerta de mi departamento con las llaves equivocadas y llamó a un cerrajero para que la cambiara, con lo cual yo me quedé afuera toda una noche. Si uno sigue después de eso es porque está perdidamente enamorado. Hija única de padres mayores, había estudiado toda la vida pensando en ser doctora; pero la primera noche de café universitario le reveló el perfil izquierdo de la vida y las materias introductorias de Medicina acabaron cediendo lugar a las de Psicología, y luego a las de Letras, donde estaba a punto de recibirse de Licenciada. Aún cuando no tuve nada que ver, sus padres nunca me lo perdonaron.

Sábado 3 de noviembre: Señales positivas del FMI y los países ricos. Riesgo país subió a 2441 puntos. Alarma en los puentes colgantes de USA.

Mi amor llegó temprano la mañana siguiente, sábado 3, con un paquete de bizcochitos y varios periódicos. Preparamos café y nos sentamos a leer. Los periódicos populistas le dedicaban la primera plana con titulares del tipo “Milagro en Supermercado”, los más serios e ideológicos no mencionaban nada. Nuestro medio le dedicaba un pequeño lugar en tapa y mi segundo reporte aparecía dominando la sección Policiales ¡con mi nombre impreso! Llamé al Gordo para preguntarle si se había vuelto loco y me dijo que no lo jodiera a esa hora, que recién se acostaba. Había hablado con Daniel H. y era justo que, si yo había llevado la primicia, tuviera otra oportunidad. Eso sí, le pidió que descubriéramos la verdadera causa de tanto alboroto. Como multimedio serio que éramos, no podíamos engancharnos en habladurías.
-Se desató la cruzada contra la superchería, -le dije a Marisa al cortar- vamos a tener que desenmascarar a tus fantasmas...
-O sea que de ahora en más somos detectives -se entusiamó- Tenemos que ambientar este lugar, traer un juego de sillones, en aquel rincón, un laboratorio de química...
-Como Sherlock.
-Claaaro. ¿Sabés que la gente le escribe cartas?
-¿A Sherlock Holmes?
-A Sherlock Holmes. Al 221b de Baker Street, Londres.
-¿Todavía vive?
-No seas tarado. Es una forma de homenaje. ¿Sabías que tiene como 400 clubs de fans en todo el mundo? Eso se llama crear un personaje.
-Podríamos mandarle nosotros una carta, explicándole el caso del supermercado.
-Oí, mi amor, si me vas a gastar, podés irte a…
-No, en serio, si nos puede asesorar, ya mismo le mandamos un mail.
-Dame lapicera y papel- dijo firme- Sherlock Holmes no conoce el mail.
Había herido su orgullo. No es que se lo tomara muy a pecho, pero le gustaba mantener cierto aire de ofensa, un poco como un juego. No conseguí llamar su atención hasta que terminó de escribir la bendita carta, doblarla y meterla en un sobre. Esa misma tarde la enviaría, no cabía duda. Marisa era así. Podíamos seguir lo más bien el resto del día mientras no se me ocurriera hablar de Sherlock Holmes, cosa difícil si se trataba de descubrir un misterio, pero con mimos y preparándole el café como a ella le gusta (instantáneo, bien batido, eso no es café, claro), las cosas fueron bien y pudimos dedicarnos a nuestra tarea.
Daniel H. pedía una explicación y para eso había que empezar por las hipótesis. Como habíamos estado hablando de La invención de Morel, la idea de que los fantasmas fueran en realidad proyecciones nos pareció perfecta para empezar.
-El problema es que no tenemos pantalla- pensó Marisa en voz alta.
-¿Qué tal una especie de neblina artificial?
-No, la gente la vería.
-Podría ser neutralizada por algún tipo de luz particular.
-¿Que anule los corpúsculos pero no las imágenes proyectadas sobre ella? Humm… podría ser... pero no sé…
-Suena interesante, suena científico y eso es lo importante. La gente no quiere saber la verdad, le basta con quedarse tranquila.
-No toda la gente -dijo Marisa seria- y además eso es mentir. No estoy de acuerdo.
-Los recortes que hace la prensa de la realidad dejan bastante desairada a la verdad, que por otro lado ¿qué es? Puntos de vista...
-Puede ser, pero igual está mal, sabés a qué me refiero. El compromiso del periodismo no es con la verosimilitud, es con la verdad, la realidad.
-La realidad es una construcción subjetiva.
-No me corras con teoría, sabés a qué me refiero, la búsqueda de la verdad, una cuestión de ética profesional, no mentir sabiendo que se miente, no distorsionar sabiendo que se distorsiona, no ocultar sabiendo que se está ocultando.
-Está bien, está bien, tenés razón. Pero esto es distinto, estamos hablando de fantasmas, algo que entra en tu ámbito más que en el mío. ¿Qué verdad podés perseguir tratándose de fantasmas?
-Que no existen, fuera del fantástico, claro... y que todo tiene que estar armado. 
-¿Y no estamos siguiendo esa idea?
-Ok. Volviendo al tema: el propio sistema de cámaras de seguridad podría haber sido adaptado para el caso.
- Marketing.
- Si la empresa está al tanto. De lo contrario...
- ¿!Sabotage!?
- Oui, mon amour...
- ¡A la merde!
- Todo depende del beneficio que puedan sacar. Si las ventas suben es marketing, si las ventas bajan, sin dudas es “sabotage”. En ambos caso habría una conexión interna que investigar.
- Bueno, por ahí es una estrategia comercial que les salió mal.
Marisa me estampó un beso sonoro en la frente.
-Alma pura e inocente- susurró, fregando su nariz a la mía- con la religión no se juega.
Al final decidimos que lo más razonable para empezar sería seguir la hipótesis del truco publicitario. Si era algo armado, lo reconocerían. Primero porque ya habían conseguido el efecto que querían y segundo porque, a igual que las organizaciones terroristas, quien fuera que hubiese sido, no desdeñaría adjudicarse un logro tan importante.
En ese momento sentí que tenía en mis manos la oportunidad de reivindicarme en el mundillo periodístico sin pensar que terminaría envuelto en un debate convertido en defensor de lo posible, o lo probable -porque esa sería la posición del multimedio- y que mi nombre adquiriría  una incipiente y frágil fama estableciendo hipótesis absurdas aunque convincentes por el simple hecho de salir impresas. 
Nos organizamos de modo tal de ganar tiempo. Marisa buscaría averiguar algo por el lado de las agencias de publicidad y yo volvería al supermercado a indagar al encargado. Al mediodía, nos encontraríamos en “La Cancha”.
Había un problema: el supermercado pagaba mucha publicidad al multimedio. Esto me lo había advertido el Gordo por teléfono dejando las conclusiones por mi cuenta. No se lo dije a Marisa porque su carozo ético era más grande que el mío (no me averguenza decirlo, algunas personas ni siquiera lo tienen) y hubiera sido enfrascarse en una discusión innecesaria. Por otra parte su entusiasmo literario me aportaba ideas para la investigación. Todo pasaría por equilibrar lo creíble y los intereses del multimedio, en el peor de los casos una campaña publicitaria, aún descubierta podría suponer un elogio para sus mentores, que podrían ser reporteados en programas de marketing (me imaginaba el avance "esta noche, en exclusivo, los creadores de la campaña publicitaria más importante de la década") y los del supermercado podrían ser halagados en programas especiales que hablaran de "un homenaje a un símbolo del barrio de Boedo". Tenía una a mi favor: Marisa no leía los diarios del multimedio ni miraba su canal ni escuchaba su radio, decía que era el más desconfiable de todos porque aparentando objetividad, respondía a intereses sectoriales. Cuando decía eso, yo odiaba de los troskos de la facultad, sobre todo a los varones. 

Me costó acomodar el Dodge en la playa de estacionamiento. (leer Marlowe) No tanto porque estuviera llena de vehículos sino por la desorganización. El lugar seguía atestado de gente, pero el clima era diferente al del día anterior. No había relatos fantásticos ni personas agrupadas cuchicheando; solo curiosos a la espera de algo, mezclados con los clientes “como Dios manda”.
En cuanto entré, el encargado surgió mágicamente, me tomó del brazo -para mi sorpresa- y me llevó aparte. Parecía asustado, mirando a un lado y otro.
-La chica tenía razón -dijo confidente.
-¿Qué chica?
-La que vino con usted el otro día. Me dijo que se prepara un levantamiento popular.
-¿Le parece?
-No hay duda.
-¿No es un truco publicitario?
-¡Ay! ¡Por favor! Otro más con esa historia. Le juro por la virgen que no. ¿Para qué lo necesitamos? No. Esto es otra cosa. Es la revolución. Como en la época de Alfonsín.
-Bueno. Me parece exagerado. Yo no veo saqueos.
-No, claro, son los momentos previos. En cualquier momento estallan.
-No creo que sea para tanto. ¿No se le ocurrió revisar el sistema de video?
-¿Para qué?
Le expliqué mi teoría.
-Subamos a revisar todo, pronto- dijo sin soltarme.
Un minuto después estábamos encima de la estructura metálica que sostenía los innumerables tubos fluorescentes, parlantes y cámaras de video. Una débil línea separaba el mundo de las luces, las ofertas y las demandas del de las sombras, la suciedad y las telarañas. Unas vigas de hierro pintadas de rojo indicaban el camino por donde se podía transitar.
-Si pisa en otro lado, se cae -dijo -y son unos cuantos metros.
Vacilando, avanzamos sobre aquel inmenso páramo metálico cuyos límites no alcanzamos a verificar hasta que nuestros ojos se acostumbraron a la relativa oscuridad. Como los cables iban por dentro de canales de chapa, no fue mucho lo que pudimos ver. Por lo demás, todo parecía normal.
Entonces me pareció percibir algo a nuestras espaldas, el sonido de una soga silbando en el aire o algo así. Le comenté al encargado que escuchó con suma atención. Luego, el rostro se le iluminó, como si acabara de recordar algo.
-Hay alguien ahí que se queja -dijo -quizá sea un herido... ¿Oyó usted?
-No.
-¡No se mueva! -dijo de modo tan repentino que me sobresaltó. Se quedó unos segundos concentrado y finalmente se sentó abatido.
-Es preciso que usted lo sepa todo aquí -dijo repentinamente. Hace años hubo un empleado llamado Boquete, al cual despidieron por un faltante de dinero. Yo conocía al verdadero ladrón, pero era un “intocable”.
-Boquete fue un chivo expiatorio.
-Exacto. Yo hice el trabajo sucio. Lo denuncié y me ascendieron por eso. Soy un traidor, un inmenso traidor.
-¿Y qué tiene que ver eso con los fantasmas?
-Boquete se suicidó. Apareció colgado aquí arriba. Fue el día que cambiaba el gerente general. Hacíamos una pequeña fiesta para agasajar al entrante. Yo estaba en el despacho cuando vi entrar de pronto a Mercier -el administrador- todo azorado, quien me dijo que se acababa de encontrar ahorcado aquí mismo, entre el tablero de luces y un viejo cartel de propaganda, el cuerpo de un hombre. Yo exclamé “¡Corramos a descolgarlo!” Bastó el tiempo invertido en bajar las escaleras, para que, al llegar, el ahorcado no tuviera ya la cuerda.
-Sigo sin poder establecer una relación entre esto que me cuenta y el caso de los fantasmas que nos ocupa- dije pausadamente, como forma de reprimir mi impaciencia.
-Está claro. Es él, es su espíritu.
Lo miré mientras me devanaba los sesos tratando de entender qué estaba haciendo allí. Al final dije, como para decir algo:
-Pero los fantasmas son decenas. Todos los jugadores de San Lorenzo.
-¡Él los dirige!
-¿Boquete es el DT?
-No, quiero decir que él maneja las cámaras de video. No me mire así, lo presiento. ¡Soy medium, tengo visiones!
Mi rostro adquirió la expresividad de un atún. De pronto, me tomó por los hombros y comenzó a zamarrearme.
-Vos tenés que escribir algo así - me tuteó-. Yo tengo datos, datos precisos.
-Honestamente no creo en historias de aparecidos -dije, algo molesto, mientras espantaba su insistente mano de encima mío. Miró alrededor como para asegurarse de que estuviéramos solos.
-Yo tengo otros datos -dijo misterioso. Tengo documentos, documentos que prueban todo lo que está pasando ver-da-de-ra-men-te...
-Entonces... lo de los fantasmas no es verdad. Es decir, no es cierto que usted cree en todo eso.
-Vos confiá en mí y vas a tener la primicia.
-Pero, al menos, déme una pista.
Me miró fijamente un momento. Parecía dudar.
-Aquí no. No es seguro. Ahora bajemos –dijo arrastrándome otra vez- que la altura me apuna. Dispersémonos cada uno por su lado. Ah, me olvidaba. No tenemos que volver a vernos por acá, es peligroso. Dame tu número.
-¿Cuál es su nombre? –inquirí mientras le extendía una tarjeta
-Cristino, por supuesto. Cristino Daer.

Una vez en el bar, revisé el minigrabador. Había registrado todo. Marisa llegó disculpándose por la demora. Había pasado por el correo a depositar la carta a Sherlock Holmes. No hice comentarios. También había hablado con un compañero que tenía contactos con las agencias de publicidad y ninguna admitía estar trabajando actualmente con el supermercado. Es más, estaban intrigadas por saber quién había hecho lo que ellas -en ese primer momento de impacto mediático- consideraban un golpe maestro. Todas sospechaban de todas, pero ninguna se lo atribuía. Le hablé de mi entrevista con Cristino y se sorprendió al escuchar lo de los levantamientos populares. Ella jamás había mencionado nada por el estilo. En cambio le interesó la historia del ahorcado -le sonaba de algún lado, de algo que había leído- y me pidió el cassette. De pronto, se puso seria.
-¿Qué pasa?
-Ahí en la mesa de enfrente. Me parece que nos miran.
Sí que nos miraban. Era un grupo de unas diez personas. Yo había notado algo raro pero no acertaba a darme cuenta qué era. Entonces lo supe. Eran demasiado silenciosos para ser tantos. O sea que posiblemente hacía rato que nos estaban observando. Marisa me señaló a uno como parte de los que habían estado hablando con la gente el día anterior. Era alto y corpulento, calvo pero con abundantes canas en las sienes. Llevaba barba pero no bigotes y tenía una forma particular de arrojar el humo -arriba y hacia los costados- que le daba un aire de arrogancia.
-Y vos que sos una bocona -dije, exagerando la alarma-. Deben ser de alguna secta secreta y por tu culpa nos van a asesinar.
-Y bueno, nene... encima que te ayudo... -respondió un poco asustada mientras juntaba sus cosas.
Dejé la plata en la mesa, propina incluída, y salimos, escrutados fríamente. La acompañé a encuestar para que no se sintiera sola. Luego fui a la redacción a armar la nota, en la cual incluí algunos de los reportajes del primer día. Vino el Gordo con las sextas ediciones. En todos los titulares figuraba la palabra “misterio”. Le comenté mi charla con Cristino y le interesó. De todos modos habría que verificar la fuente. Discutimos el perfil de las futuras notas y acordamos que la hipótesis del sistema de video se ajustaría bien al estilo del diario.
Al salir, me encontré con el lector loco del bar. Casi me asaltó a la salida y como lo ignoré me gritó a mis espaldas:
-Vuestro dios debe ser un verdadero cretino para refritar tales historias. ¿Eh, Doctor?
-¿Doctor?
- Frankenstein. Que se sepa, que se sepa.
-¿Qué historias?
-Veremos, veremos, después lo sabremos. Dáme veinte para el colectivo.

Domingo 4 de noviembre: Apurada negociación con los gobernadores. FMI y USA reclaman acuerdos con provincias. Como impacta el plan en sueldos y empresas. Ricardo Darín, un tipo de película.

Lunes 5 de noviembre: Racing está de fiesta, goleó y sacó más ventaja. Premiarán a inspectores si crece la recaudación.

Martes 6 de noviembre: Arranca el canje de la deuda del Estado. Denuncian un golpe de marcado del capital especulativo.

Miércoles 7: Apoyan los banqueros el canje de la deuda. Foto: Diego y Menem compartieron asado en Don Torcuato.

Jueves 8: El gremio de los maestros decidió no hacer el censo. El fenómeno de la brujita Verón, sin fronteras.

Viernes 9: De La Rúa viajó a ver a Bush sin acuerdo con el PJ. Argentina le ganó a Perú 2 a 0. Ortega vistió la 10 por última vez.

Sábado 10: Está más cerca el acuerdo con provincias del PJ. Hoy Diego vuelve para decir adiós. Maxima de visita en Argentina.

Domingo 11: Tenemos armas nucleares, dijo Bin Laden. Sin pacto con el PJ De La Rúa ve hoy a Bush. Conmovedor homenaje a Maradona.

Lunes 12: EEUU apoya la negociación del país con el FMI. Racing peleó gol a gol y crece su sueño de campeón. Inundaciones la Pcia de Buenos Aires.

Martes 13: MIedo y dudas por la nueva tragedia (cae avión sobre barrio de NY).

Miércoles 14: Lanzan el canje de la deuda provincial. Bullrich perdió la pulseada y se tuvo que ir del gobierno. Júbiulo en Kabul por la huída talibán.

Jueves 15: Firmaron Reutemann, Ruckauf y De La Sota. El riesgo país batió otro record. Uruguay al repechaje al empatar 1 a 1 con Argentina. Murió el Toto Lorenzo. 

Viernes 16: EEUU y el FMI salen a respaldar el canje. Lo que hay que conocer para el día del censo.

Sábado 17: El censo dirá cuantos somos y qué tenemos. EEUU: otra fuerte señal hacia el plan de Cavallo. Dicen que mataron al Jefe militar de Bin Laden.

Domingo 18: Los empresarios convocan a un pacto nacional. Cavallo "Somos el conejillo de Indias del mundo". Marta Argerich en el Colón.

Lunes 19: Racing dio otro paso hacia la gloria. De La Rúa replicó a Cavallo; no podemos ser conejillos de Indias. ¿Cierran el cerco sobre B. Laden?

Transcurrieron unos días sin novedad mientras esperaba noticias de Cristino. En ese lapso me dediqué a relevar el barrio. Llené varios cassettes con testimonios de los vecinos. Algunos confirmaban lo que era a todas luces imposible: que los fantasmas existían, que ellos los habían visto. Poco servía para mis notas, que pretendían demostrar precisamente lo contrario. Éstas sentaron una de las líneas de investigación de la policía y yo agregué nuevos condimentos planteando sagazmente que, si se trataba de proyecciones, la de los jugadores más viejos debían haber sido filmadas mucho tiempo atrás y por lo tanto tendrían que verse en blanco y negro. Alguien respondió -también sagazmente- que con la tecnología moderna se coloreaba cualquier cosa. Otra pregunta conflictiva: ¿Qué pasaba con los rivales? A partir de allí se generó una disputa entre los testigos. Algunos afirmaban que las figuras repetían movimientos de viejos partidos: “Vi el gol de Scotta a Ferro en el octogonal del 74. Sí, ya se que se jugó en otra cancha, pero era ese gol, zapatazo a la salida de un tiro libre, nos pusimos 1 a 1 y después metimos dos más. Ese torneo fuimos campeones”.
Periodistas especializados en investigaciones tomaron el caso en sus espacios televisivos. Uno de ellos afirmó que los rivales podían eliminarse digitalmente, que lo importante era reconocer las jugadas como pertenecientes a partidos en su momento grabados. Algunos canales los juntaban con periodistas deportivos y se producía una gran incomodidad  pero mucha audiencia. De la vereda opuesta -los románticos defensores de la maravilla- se intentaba probar la aparición de jugadas originales: jugadores de los 40 festejando goles a la manera moderna y ese tipo de cruces históricos que demostrarían la espontaneidad y libre albedrío de los fantasmas.
El país entero hipotetizaba. Teorías y contra-teorías basadas en suposiciones, porque en definitiva los peritajes no habían descubierto nada raro en el sistema de video. Entonces se instaló con fuerza la idea de que se trataba de un milagro. Las iglesias del barrio empezaron a llenarse de viejitas de negro impelidas por una fe renovada. Herida por mi escepticismo Marisa me llevó un día de las narices a la iglesia de Santa María para observar desmediatizadamente: “Valió la pena esperar tanto tiempo” nos dijo una abuela que ostentaba una foto del Padre Lorenzo “¿Qué haríamos si alguien no nos ayudara? Si no fuera por mi hijo, pobre, la jubilación apenas me alcanza para los remedios”. La curia se puso en alerta porque el barrio hablaba de beatificación y de una procesión inminente. Las santerías decoraban sus vitrinas con velas azules y rojas. Era buen material para los diarios sensacionalistas que a nosotros no nos servía, nuestro público vivía de otras realidades. Pero había para todos y todos tenían algo entretenido en qué ocuparse y distraerse de los problemas de la política. Era extraño, pero me parecía que en vez de reflejar los hechos, mis notas los generaban ¡y yo no tenía la más mínima idea de la verdad! Peleaba con Marisa para que sacara Crónica TV porque la idea del milagro –debo confesarlo- era seductora. Poco a poco empecé a arriesgarme e insertar pequeños detalles de mi invención para ver el rebote al día siguiente en los noticieros. Algunos días ni pasaba por el súper. Me manejaba con mi archivo y grabaciones de la TV que me traía Marisa con anotaciones del tipo “hay una petisita que aparece en dos programas con nombres distintos”. 
La invención de Morel se convirtió en el libro más vendido y Daniel H. me invitó a cenar. Creo que entonces, yo era feliz. Y como si todo eso fuera poco, faltaba la gran revelación, la nota-bomba de Cristino, quien finalmente, el viernes 16, me llamó para confirmar fecha y hora de la entrevista: el lunes siguiente, a las dos de la tarde en la Esquina Homero Manzi. Me venía al pelo porque Marisa se iba con sus padres a Santiago, a visitar parientes e iba a estar solo todo el fin de semana. Ocuparía el vacío preparando preguntas. En el multimedio nos reunimos con Daniel H. y El Gordo. Habían llamado al súper y verificado que Cristino era, en efecto, encargado. También confirmaron la muerte de Boquete, aunque pidieron que fuésemos discretos por respeto a la familia. Daniel H. quería que la nota saliera en la primera plana del martes. El Gordo era más cauto, quería documentos. En todo caso quedamos en que el lunes les mandaría el material antes del cierre de edición. Esa tarde vino Marisa y le hice escuchar mi conversación con Cristino. Aparte de las risas e insinuaciones procaces me dijo que algunas de sus frases las tenía oídas de alguna parte. Me pido el cassete para escucharla tranquila y también los primeros reportajes que habíamos hecho a los vecinos, dijo que por ahí debía haber alguna pista. Nos despedimos como correspondía pero después se fue rápidamente porque tenía que terminar de hacer arreglos para el viaje. Con más nostalgia que ganas ocupé mi tiempo revisando diarios por Internet y hasta encontré un sitio, "fantasmas.com", donde me robaban todas las ideas. El sábado vi en TV -y grabé- un panel con personas hablando sobre su encuentro con los fantasmas. Eran los primeros “testigos directos”. Me pareció reconocer a alguno de los de la mesa del bar.

San Juan y Boedo es un referente obligado del folklore urbano de Buenos Aires. En 1927 se abrió un bar de quinieleros llamado “Del Aeroplano”. Luego fue “Nipón” y más tarde “Cannadian”. En 1948 Manzi escribió allí los inmortales versos de Sur y selló su destino. El bar arrabalero derivó en mito y por ende, en atractivo turístico. En 1994 los vecinos lo renombraron “Esquina Homero Manzi”. Adentro se respira un lujo añejo: revestimiento de madera y bronces pulidos, paredes con acuarelas Sabat (obligados motivos tangueros), mozos con tiradores y mesas con terrones de azúcar que uno imagina fabricados a medida. Entrar allí es trasladarse a otra época, a principios del siglo XX, en que los carros fileteados se tambaleaban sobre las calles empedradas. Pero entonces no había extranjeros de paso sino inmigrantes pobres definitivos. De alguna manera, la esquina echó buenas y se mudó a un barrio más selecto, aunque siga en el mismo lugar.  Allí entró Cristino puntualmente el lunes 19 diario en mano, con sobretodo, sombrero y lentes oscuros. Digamos, un atuendo acorde al aire acondicionado del lugar pero no al clima de tempranero verano porteño que reinaba por esos días.  Estábamos en las preliminares, revolviendo los cafés y comentando algún tango de fondo o los pormenores de la semifinal contra el Corinthians, a jugarse esa misma semana en Brasil (Cristino no era fanático del fútbol, eso se notaba, y solo se interesaba por el fenómeno social que representaba), cuando la comitiva que había alarmado a Marisa días atrás en “La Cancha” apareció y ocupó una larga mesa frente a mí. En ese momento, ingenuo de mí,  sólo pensé en advertirle a Cristino con susurros. Tanto cuidado para nada. Cuando finalmente conseguí explicarle, se dio vuelta, los miró por encima de los lentes, se levantó, se plantó muy tranquilo frente a ellos y los despidió del bar de modo cortés pero firme. Los otros aceptaron de mala gana y se fueron, mascullando rabia. Mi incomodidad y mi sorpresa no tenían límites y para colmo debía soportar nuevamente las miradas hostiles. Cristino se sentó con aire triunfal
-Subordinados- dijo displicente-. Les tengo prohibido compartir el mismo café que los superiores.
-¿Trabajan en el Super?
-Dos o tres, el resto son amigotes. 
-Mi novia dice que uno de ellos estaba agitando a la gente por el tema de los fantasmas.
-No me sorprende. Hay demasiados antros anarquistas en la zona sur.
-¿Cómo es eso?
-Bibliotecas, nene. Las fundaron casi todas ellos. Buena gente. Quieren cambiar el mundo.
La contradicción entre su gesto y sus opiniones era evidente pero lo tomé como parte de su carácter y, como después de todo, la gente no anda muy normal en el último siglo, no le di importancia, impresionado por la escena donde había demostrado gran dominio y autoridad. Así, con esa desventaja, entré a la entrevista. No voy a detallar lo que dijo (ahora importa menos que entonces), sólo diré que por un momento creí haberme metido en algo gordo, peligroso, ante lo cual el multimedio debería callar, a riesgo de ver perjudicados sus intereses (y solo Él sabía que para Daniel H. los intereses eran lo más sagrado). En fin, su testimonio involucraba a funcionarios, dirigentes políticos, etc, etc... Todos peces grandes. Su relato era tan sugestivo y convincente que, por momentos, perdía de vista lo evidente y fundamental ¿Qué relación tenía todo eso con la existencia de fantasmas en un supermercado? “Todo a su tiempo” era la respuesta de Cristino cuando lograba reencauzar el reportaje hacia mis intereses. Nunca me lo dijo. Pero al rato ya no me importaba. Me habló de un ex presidente y su futura condena, de crímenes espeluznantes, entre los cuales el de Boquete era el centro. Prometió pruebas, "un kilo de pruebas".
Terminamos a las cinco con la promesa de un nuevo encuentro. Del bar me fui corriendo a casa y me puse a desgrabar y armar la nota que escribí en condicional. Era una bomba, inconsistente pero bomba al fin. Todo eso lo aclaré debidamente cuando la pasé vía mail a la redacción. Esta vez, en lugar de las innumerables ventanas en pantalla explicando por qué la operación resultaría imposible, el mensaje llegó de primera. Hasta eso salía bien. Triunfal, me recliné en el sillón a fumar un cigarrillo y mirar la tele. Pero me dormí. Había sido un día cargado de emociones. Al rato me despertaron unos pasos seguidos de un ruido de llaves inconfundible. ¡Marisa volvía antes de tiempo! Abrí la puerta de golpe, la recibí en mis brazos y sin darle tiempo la besé largamente. Cuando la solté, me miró con ojos que sentían lástima y me dijo casi en un susurro:
-Cristino te engrupió. Estuvo actuando todo el tiempo.

La primera reacción, luego de una mala noticia, es la pretensión de aferrarse al instante previo. La realidad aún intacta, el mundo seguro en que ese dato no existía. Está ahí, del otro lado del velo, como una barca de la que acabamos de caer y que se aleja, lenta e inexorablemente. Un desgarro íntimo en el cual percibimos el hiato fantasmal que va del presente al pasado, de la vida a lo vivido.
Hice el duelo por ese instante mientras anticipaba las desagradables consecuencias que la funesta novedad traería. Marisa continuó, algo culposa.
-Cuando habló con vos del ahorcado y todo eso se basó en El fantasma de la Opera, por eso me sonaba de algún lado. Hay frases textuales del personaje de Cristina Daee. Digamos: Cristina Daae-Cristino Daer. La similitud es obvia.
-O sea que ni siquiera es su verdadero nombre- intervine no muy brillantemente.
-No, claro. Lo de la muerte de Boquete alude al asesinato de José Bouquet, la primera víctima del fantasma. Al administrador Mercier también lo sacó de ahí.
-¿Cómo te diste cuenta?
-El viernes a la noche, cuando íbamos en taxi para la terminal de Retiro, nos paró el semáforo justo frente al bar “La Cancha”. ¿Y a quiénes veo sentados hablando lo más campantes? A Cristino y al pelado de barba y sin bigotes. En realidad, el pelado lo estaba regañando de mala manera. Era raro. Recordé la historia del cow boys del ahorcado y mis sospechas se acrecentaron. Pensé en la conexión interna necesaria de la que habíamos hablado. Pedí volver a casa y recogí varios libros que quería consultar.
-¿Por qué no me llamaste?
-Llegamos a la terminal con el tiempo justo para subir al micro. Papá casi me mata. En Santiago me fue imposible comunicarme porque mis tíos viven en las afueras, en Mailín, y la única cabina que hay en treinta kilómetros estaba rota. De todos modos, en ese momento todavía no tenía nada concreto. Me pasé el viaje de ida y la estadía hojeando libros y escuchando cassettes, para horror de mi familia que se la pasó diciendo "no es la Marisita que conocíamos cuando era chiquita". Lamentablemente recién en el viaje de vuelta encontré lo que ya sabés. El capítulo se llama “La Lira de Apolo”, si lo querés, lo tenés marcado.
Arrojó el libro sobre la cama mientras yo trataba de no pensar. En la redacción ya estarían procesando la nota de mi consagración... pero venía mi novia y arrojaba un balde de agua helada que estropeaba todo. ¿Por qué? Era fácil pasarse dos días de vacaciones, tranquila, sin hacer nada y luego llegar y repartir malas noticias. Es curioso como uno puede -bajo determinadas situaciones - odiar fugazmente a quien ama.
-¿No se te ocurrió usar un celular?
-Sabés que no tengo. Y es una de las cosas que te gustan de mí, según vos.
-Podías haber pedido uno.
-¿En medio del monte? Es más fácil encontrar un jabalí a rayas.
-En la estación debía haber cabinas.
-Desde la estación te llamé dos veces, una al llegar y otra al irme. Las dos veces me dio ocupado.
-Me resulta difícil de creer.
-A lo increíble en literatura le llaman inverosímil.
-¿Y eso qué tiene que ver con ésto?
-Nada. Igual que tu desconfiaza.
-Vos y yo tenemos problemas de comunicación… -dije mientras me ponía el saco y buscaba las llaves del auto.
-Sin duda -dijo seria alcanzándome un libro con un señalador que guardé sin mirar en el bolsillo.
Alcé el tubo para llamar al Gordo pero el teléfono estaba muerto. Lo tiré por la ventana y salí corriendo. Marisa me gritó algo pero la dejé atrás sin decir palabra (y fue un error porque al volver ya no estaría). Llegué al supermercado sin respetar un semáforo dispuesto a agarrar a Cristino por las solapas. Me dijeron que nunca había trabajado allí, qué cómo no iban a estar seguros con ese nombre tan ridículo, que si era una broma no estaban para bromas, bla bla... Sin pérdida de tiempo salí para la redacción. Daniel H. estaba en reunión de directorio con sus socios norteamericanos hablando de nuestra primicia.
Seré breve: el Gordo se morfó una suspensión y a mi me volvieron a echar. El teléfono no lastimó a nadie.

Martes 20: No habrá déficit cero en el último trimestre. Cavallo decretó fuerte ajuste para 2002. La corte le abre camino a la libertad de Menem.

Con la resaca de una justa noche de borrachera, el martes 20 volví al súper sin un motivo concreto. Todavía tenía la credencial y decidí curiosear (ahora contaba con todo el tiempo del mundo). El sitio estaba invadido de gente que no hacía absolutamente nada: sólo estaban. Entonces sí,  más que nunca, me dio la sensación de algo armado: cientos de extras merodeando con aires de androide. Como acto reflejo busqué a Cristino y creo que si lo hubiese hallado no me habría sorprendido. Todo parecía un set. Y sin embargo, nunca había sido tan real. Se improvisó una pequeña rueda de prensa donde el gerente volvió a negar toda responsabilidad de la empresa en el tema de los fantasmas y lamentó que periódicos de reconocida trayectoria echaran lodo sobre ella inventando estupideces, palabra más o menos. Afirmó que con todo ese asunto estaban teniendo pérdidas debido a las dificultades para reponer mercadería y controlar las colas en las cajas. Además se habían producido algunos saqueos aislados. Me crucé con el loco, que me disparó al pasar:
-Causalidad forzada. Era fundamental que entonces no se comunicaran pero podía haberse resuelto con mayor maestría.
Enfrente, en el bar, pedí una cerveza y traté de acomodar las ideas. Ahora ya era una cuestión personal. Tenía que llegar al final del asunto. En primer lugar ¿Quién era el tal Cristino? ¿Cómo había conseguido hacerse pasar por encargado? ¿Por qué lo había hecho? ¿Qué ganaba con todo eso?
“¿Cómo razonaría Sherlock Holmes?” diría Marisa. De golpe recordé el libro que llevaba en el bolsillo. No podía ser tanta casualidad pero... sí, era El signo de los cuatro, de Conan Doyle, es decir, un libro de Sherlock Holmes. En la página señalada había una frase subrayada. Decía:"Una vez descartado lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad".
Me vino toda la culpa encima y otra cosa más indefinida pero muy parecida a la ternura empezó a escurrírseme por dentro y me llenó un corazón esponjado para la ocasión. Pero me hice el duro de Alsina y seguí adelante.
Si había que empezar por la razón, entonces había que descartar lo de los fantasmas. Por lo tanto restaba el truco publicitario.
En relación con esto:
a) ya lo habíamos investigado sin encontrar pruebas
b) no tenía sentido seguir manteniendo una campaña que estaba empezando a perjudicar, más que beneficiar, a la empresa.
Orgulloso de mi razonamiento, anoté mis deducciones en una servilleta y saboreé el primer trago de cerveza. El problema era que, más allá de eso, no se me ocurría nada, salvo pedir unos maníes, así que los pedí.
Marisa había dicho que debía haber algo en los reportajes que nos diera una pista. Después del hallazgo de la mentira de Cristino decidí darle crédito. No hay que desperdiciar la intuición femenina, sobre todo si uno reconoce que la fémina es más inteligente que uno (shit!). A la noche la llamé para invitarla a comer. Para mi sorpresa, no hizo escándalo por mi actitud del día anterior. Sí, en cambio, me pidió rabas con vino blanco, sabiendo que a esa hora sería un poco difícil conseguirlas.
Esa noche, después de la cena y un oportuno brindis reconciliatorio, pusimos manos a la obra y nos concentramos en los reportajes.
-Hay que buscar una forma de clasificarlos -dijo después de un rato.
-¿Por edad, por sexo...?
-No, no me refiero a eso. ¿No notás como algunos entrevistados responden seguros de sí mismos y otros, en cambio, parecen incrédulos?
-Bueno, aceptar que se ven fantasmas no es fácil de digerir.
-Sí, pero así y todo hay algo más, o en la convicción con que responden o en el tono, no sé bien como explicarlo. Por otro lado las últimas seis encuestas niegan haber visto nada. ¿Por qué las seis últimas y las demás no?
-Las últimas las hice por el Hospital de los Quemados, ya lejos del súper.
-Eso puede ser una punta. ¿Tenés una Filcar?
-Una Lumi.
-Hacé una fotocopia ampliada de la zona de la cancha.
Era la una pero encontré un maxikiosco y volví con el pedido y un paquete de Chocolinas. Cuando terminamos, a las 4 de la mañana, habíamos computado 74 testimonios entre Boedo, Alberdi, Moreno y Caseros. Un área de ¡150 manzanas! Como cada uno incluía la dirección fue fácil bajar la información al plano. Los que afirmaban haber visto a los fantasmas los señalamos con una marca roja. Los que decían haber oído hablar del caso recibieron una marca naranja, y los que afirmaban no creer en absoluto que la historia fuese cierta, una marca amarilla.

Descubrimos que los testimonios afirmativos no sólo no eran tantos como imaginábamos sino además que se localizaban en un radio bastante reducido. Unas seis manzanas alrededor de la esquina de Viel y Vernet formando una especie de triángulo con un cuarto lado muy pequeño (o un lado quebrado, según Marisa, discusión de 40 minutos). Si bien el relevamiento permitió bajar las cosas un poco más a tierra, no hizo más que sumar interrogantes: ¿Por qué los testimonios afirmativos se restringían a una zona concreta en vez de esparcirse por todo Boedo? ¿Por qué esa zona, en vez de ser lindera, quedaba tan lejos del súper? De todos modos, si había alguna respuesta tenía que estar en la “zona roja”, y para husmear sin despertar sospechas lo mejor era encuestarla. El problema era que Marisa tenía un poco de miedo, lo cual aproveché para tomarme ciertas revanchas. De ninguna manera podía ir yo, la que sabía el oficio era ella. Si yo pisaba en falso y me descubrían ¿quién sabe qué cosa era capaz de hacer esa gente? Marisa propuso jugarlo a los antónimos, un juego propio que consistía en responder una palabra con su opuesto o, en caso de que no lo tuviera, con otra que se le opusiera de alguna manera no específica, pero que resultara convincente. A su vez el que proponía debía tener lista la siguiente palabra de manera inmediata. Un silencio de tres segundos significaba la derrota. A Marisa le encantaba ya que siempre conseguía ganarme. Pero esta vez yo tenía una táctica.
-Cristino –comencé.
-Cristina.
-Pelado.
-Peludo.
-Conexión interna.
-Conexión externa.
-Barbudo.
-......Bar...bada...
-Perdiste! Lampiño! Caíste en mi trampa. Yo sabía que si te tiraba palabras obvias ibas a relajarte y a confiarte.
-No fue por eso, es que me distraje.
-¡Tu abuela! Admití tu derrota. !Ja!  ¡Gloria y loor al nuevo campeón!
Al fin, saciado de vanidad merced a una oportuna danza celebratoria, le dije que obviamente iríamos juntos, que jamás se me había pasado por la mente dejar que se arriesgara sola. No respondió ni me aplicó su habitual codazo al hígado. Se quedó pensativa. Era la primera vez que perdía a los antónimos.

Miércoles 21: La corte dejó libres a Menem y a Emir. En 2002 se suspende el fondo de incentivo docente. Silvio Soldán procesado y Rímolo sigue presa.

El miércoles 21 nos despertamos tarde, terminamos el café y las Chocolinas y salimos, planilla en mano, a preguntar a la gente qué opinaba del gobierno. Yo nunca había encuestado, pero las preguntas eran sencillas, la gente tenía necesidad de hablar, no solo del país, que por entonces estaba movilizado, sino también del partido que San Lorenzo jugaría esa noche contra los brasileños, y así, pasando de un tema a otro, se podía llegar fácilmente al de los fantasmas.
Veníamos trabajando bien hasta que sucedió una cosa extraña. Llegamos a una Sociedad de Fomento (Vernet 255) y golpeamos. Una señora se asomó desde la ventana de rejas y cuando nos vio se retiró de prisa, como para alertar a alguien. Por precaución nos alejamos una cuadra y continuamos nuestra tarea. Casi enseguida varias personas salieron de la Fomento y alguien gritó algo que no alcancé a entender. Instintivamente tomé a Marisa del brazo y empezamos a correr. Detrás quedaron planillas, lapiceras y una botellita de agua mineral sin abrir. No paramos hasta llegar a mi departamento. Al doblar redujimos la marcha y con la mejor cara de feliz cumpleaños posible, saludamos al portero, que baldeaba la puerta. Una vez dentro, echamos el resto por las escaleras sin esperar el ascensor (tampoco para tanto siendo el tercer piso). Al entrar cerré con llave y corrí a espiar por la ventana que daba a la calle para ver si no nos habían seguido. Cuando me aseguré de que no había peligro, subí la persiana y volví junto a Marisa, que se había quedado sin aliento sentada en el suelo contra la puerta. Me puse a su lado, apoyé su cabeza en mi hombro y así permanecimos unos minutos recuperando aire y comentando lo ocurrido y otro hecho no menor, que quedó opacado por la persecusión y fuga: el consenso general en afirmar la existencia de los fantasmas. Con más dudas que nunca, me levanté para preparar café. Entonces llamó mi atención un papel blanco que asomaba por debajo del felpudo y que en la penumbra nos había pasado desapercibido.
Era una carta. El príncipe Carlos –sonriendo desde las estampillas- nos indicaba su indudable origen británico. En el reverso se leía: “Mr. Sherlock Holmes. Baker Street 221 b, Londres”. 
El detective más famoso de mundo le respondía la carta a Marisa. Sorpresa.

La miré con sorna y me hizo un gesto de inocencia, que era sincero. Rasgué el sobre rápidamente y leí en voz alta:

Estimados amigos:

“Busquen a una mujer de buena presencia y que viste como una dama. Es de nariz notablemente gruesa, tiene los ojos muy juntos y pegados a ambos lados de esa nariz. Es de frente abultada, expresión de miope, y tiene, probablemente, los hombros cargados. No debe de resultar difícil dar con ella”.

Mr. Sherlock Holmes.

-¿Cómo reciben las cartas en tu departamento? -preguntó Marisa.
-Las comunes van al buzón y el portero las reparte luego por los departamentos, para las certificadas te tocan el timbre, bajás y firmás o firma el portero con tu autorización. ¿Esta es común o certificada?
-Falsificada.
-Ah. Esas no sé. Viene a tu nombre pero con mi dirección- advertí.
-Las estampillas son recicladas -respondió Marisa-, el sello que las cubre no continúa en el sobre.
-O sea que ni la mandó Sherlock Holmes (rápido monitoreo de la reacción de Marisa) ni llegó por correo, con lo cual, o bien la arrojó un particular, un vecino o alguien que entró de afuera.
-Cuando nos fuimos hoy a la mañana no había nada. Estoy segura porque antes de salir acomodé el felpudo en su lugar. Eso quiere decir que alguien dejó la carta entre las once y la una, que es el momento en que estuvimos fuera.
Bajamos a preguntarle al portero y dijo que nadie había subido o bajado por ni las escaleras ni por el ascensor. Por su tono se notaba que el hombre estaba dolido por la pregunta.
Marisa pasó la tarde en la facultad. A la noche comimos casi sin hablar. Vi caer a San Lorenzo por TV mientras trataba de ubicar a alguien que respondiera a la descripción. Marisa elucubraba el posible origen de la carta. No se nos ocurrió nada, no era momento.
A la una Marisa dijo que se iba y comenzó a arreglarse el cabello. Me ofrecí a alcanzarla pero se negó. 
-Después de todo tal vez no la dejó un extraño.
-¿Qué?
-Nada. Vos seguí buscando a tu mujer.
Desde el umbral volvió la cabeza y me dijo que tendría una semana atareada y que me llamaría. Luego de un “adiós” serio, alcancé a oírla bajando los escalones y luego desde la ventana la vi perderse en la noche.

En los relatos de Conan Doyle, el narrador Watson acompaña permanentemente al detective durante el comienzo de la investigación, pero lo pierde de vista al momento de descifrar el enigma, de modo tal que si Watson no conoce la solución antes de tiempo tampoco lo hace el lector. Es el funcionamiento básico del policial, me explicaba Marisa. Cuando ella decidió perderse de vista no pude evitar recordarlo. Mi problema era ¿estaba simplemente recorriendo los pasos de su héroe o yo estaba en problemas? Tal vez influyó la presión, la inestabilidad económica (ahora era un desocupado más), los nervios generados por un caso que nos desbordaba. 
Jueves 22: Amplían el plazo del canje para atraer inversores. Paro nacional de los maestros. Volverán a instalar la carpa blanca. San Lorenzo lo dejó escapar. Boca en Japón para la final con Bayern.
La cuestión es que al día siguiente pasamos de hablar de los fantasmas a agitar fantasmas propios y palabra va, palabra viene, orgullo de por medio quedamos en no vernos por un tiempo, (que se vaya, total ya va a volver).
Viernes 23: Cada día que pasa hay 2000 nuevos pobres. El PJ presiona: quiere la presidencia del Senado. ¿Sabotaje en la Guerra del agua?
Sábado 24: Buena respuesta de los bancos al canje de la deuda.
Domingo 25: habrá peajes en todas las rutas nacionales. Cavallo asegura que pagará en fecha y con pesos el aguinaldo a estatales y jubilados.
Lunes 26: EEUU, logran embrión humano por clonación. Ya hay patacones falsos. River goleó y se puso más cerca. Uruguay venció a Australia y clasificó al Mundial.
Martes 27: Rechazo mundial a la clonación humana. empezó el desembarco de EEUU en Afganistán. Boca juega su sueño de tricampeón en Tokio.
Miércoles 28: EEUU atacó un refugio del altos jefes talibán. Crece la protesta por los recortes en el PAMI. Boca pierde la final con Bayern.  Hoy San Lorenzo a todo o nada.

Pasé esa semana en casa sin hacer nada, fumando, revisando papeles o resolviendo crucigramas. Sin teléfono (todavía no había reemplazado el aparato suicida), era más fácil hacerse fuerte y no llamar a casa de Marisa. Cuando, cumplido el plazo, lo hice, me dijeron que no estaba. Era mentira y yo lo sabía. Pero significaba que no quería verme. Tal vez no quería verme más.
Lleno de frustración, traté de ocupar mi tiempo en la búsqueda de un nuevo trabajo y en la solución del enigma. Tenía que hacerlo rápido antes de enfriarme y caer en la depresión. Podía llamar al Gordo (para lo primero) y pedirle que me tirara un cable pero ¿con qué cara? Al falso Cristino (para lo segundo) no tenía forma de localizarlo. ¿Cómo no le había pedido el teléfono? Ridículo. Me habría dado uno falso. Ahora ya no podía ni siquiera recuperar los reportajes (o al menos no me atrevía a pedírselos a Marisa). Sólo me quedaban mis notas, de las que ya empezaba a dudar. Mi única línea de investigación era la señora de la carta. ¿Pero dónde encontrarla? Pensé en poner un aviso en la prensa, dibujar un identikit, pero era demasiado esfuerzo para mí en ese momento.
Jueves 29: El PJ impondría hoy al virtual vicepresidente. San Lorenzo, matador y finalista. Harry Potter llega al cine.


Como la vez anterior me había dado resultado, decidí reflexionar en “La Cancha”, frente a una cerveza. 
Lo encontré alborotado, San Lorenzo había goleado al Corinthians en la revancha e iba a disputar la primera final internacional de su historia. En todas las mesas se hablaba de eso y de la procesión que estaba teniendo lugar en ese mismo momento y que avanzaba desde la iglesia de San Antonio por Avenida la Plata. Solo el lector loco estaba aislado, sentado quieto, con la cabeza en las nubes, hablando en voz alta. Me sentí Bogart preguntándole al mozo si conocía a una mujer con tales y tales señas. Su respuesta negativa me importó poco. Pensé en interrogar al loco pero no tenía sentido. De todos modos se levantó al verme y con su natural estilo estampida me encaró:
-Mostrar y ocultar. Ese es el equilibrio. En el caso de ustedes las cosas están claras. Solo un idiota podría no develarlo. Por lo tanto no me preocuparía.
Dicho esto último hizo el típico gesto de “ojo” con el dedo índice y como quedó congelado en esa postura, me levanté con la excusa de ir a buscar el diario. Me interesaba saber en qué andaban los del multimedio. Descubrí que ya ni mencionaban el tema de los fantasmas. Los emergentes sociales acaparaban su atención y la de los demás periódicos. Y apenas había pasado un mes desde el comienzo de la historia.,, Sin embargo a mí me parecían siglos. Recordaba la rutina de recabar información, armar la nota, mandársela al Gordo... ¡Qué época! En realidad lo que extrañaba era el tiempo junto a Marisa: los desayunos en casa, los encuentros en ese mismo bar, las hipótesis delirantes. Pedí otra cerveza y después otra y como no había comido nada, a las diez de la noche terminé con una curda padre viendo como el supermercado (que seguía enfrente, a pesar de todo) se tornaba más lento, más irreal. El frente estaba adornado con banderas. Muchas eran azulgranas, otras llevaban leyendas que no pude leer pero eran banderas de gente pobre, con chicos descalzos que rondaban por las cajas amontonadas en la calle. Varios móviles velaban en la avenida esperando la procesión. A lo lejos ya se escuchaba el rumor sordo de su avance.
De repente se escucharon gritos, seguidos de vidrios rotos y disparos. Me levanté, dejé un billete en la mesa y salí a la calle un poco mareado. Me acerqué hasta la reja y, aferrado a ella, traté de retener todo lo que pude sabiendo que luego me iba a costar recordarlo. En realidad adentro había mucha más gente que la que se veía desde el bar. Los veía ir y venir nerviosos, como con esa desorientación aparente de las hormigas, pero era claro que sabían por qué estaban ahí. Lo que me quedó grabado para siempre fue una señora corriendo con una bolsa enorme de fideos, tal vez porque nunca había visto nada igual, tal vez porque era inminente verlo para que todo el cuadro cobrara sentido. Lo demás fue como un telón de fondo de esa imagen fundacional: los que entraban sin nada y los que salían con algo; los de seguridad, tan poquitos que no se animaban a nada que no fuera recuperar cosas caídas. Me acordé de Cristino y su miedo a los saqueos. Ahora habían empezado y otra vez era el primero en presenciar la primicia. La diferencia era que ahora no tenía medio a quien comunicarlo. Tampoco tenía a Marisa y eso me preocupaba de veras.
Tal vez fue el embotamiento de los sentidos. Tal vez me dormí unos segundos apoyado contra la reja, pero de golpe la cuadra estaba iluminada por reflectores y el rumor sordo de antes ya era un coro masivo e imponente. Avanzando por la avenida –desde el lado de Pompeya, doblando por De La Cruz- se veía un bloque azulgrana que tenía más de manifestación que de procesión: banderas, bombos, trompetas al ritmo de “Matador” y el vaivén imponente de las masas en movimiento.
-Es la hinchada que viene desde el Nuevo Gasómetro apoyando al equipo para la final -me informó alguien.
Desde el lado opuesto, bajando por México, asomaba a su vez la procesión original, más lenta con tonos menores y matices más oscuros. La encabezaba un retrato del Padre Lorenzo.
-Es el cuadro auténtico, el único que existe -comentaban los vecinos. Las viejitas lo tomaron por la fuerza del Oratorio.
Parado en el portón de acceso veía ambas marchas confluyendo lentamente -sendas columnas en operación de tenazas- hacia la entrada del supermercado, donde todavía se escuchaban corridas y se reforzaban accesos. En mi estado de semi-alucinación fui impelido hacia el interior en medio de una ola humana. Una bandera de proporciones gigantescas cayó encima de mí y avancé a ciegas, tambaleando, no recuerdo cuánto tiempo. Como una sucesión de planos en cámara lenta, la siguiente imagen fue la de gente saltando, manos al hombro, camaradería franca, entre las cajas registradoras. Corte: varias abuelas en hilera aplaudiendo a ritmo litúrgico, acompasado, participando, conviviendo sin miedo. Corte: el retrato del cura como un estandarte ondeando al frente de una caravana, volteando en el vaivén botellas de vino fino de los estantes más altos. Corte: fundido a negro... un instante de desorientación y de repente, la estampida. La energía desatada que se resolvía canalizando hacia la zona de deportes, iniciando la vuelta olímpica ansiada por el lugar. El predio todo poniendo en marcha su memoria, fundiéndose con tanto fantasma cansado de girar allí, en Vélez, en Rosario, en el Monumental, y tantos estadios vivos. Entonces, yo también, vi. Sí, yo también vi y llevé al “Gallego” González en andas, palmeé el enorme número diez blanco de Victorio Nicolás Cocco, miré con reverencia el saludo de Martino a las tribunas de madera, quise ponerme al lado del “Gringo” Scotta en la caravana triunfal. Escuché argumentos inconexos, asentí fraternalmente, argumenté a su vez lo mío y todo fue concordia. La figura evanescente del lector loco se me aparecía con un libro en la mano: El lobo estepario gritaba desencuadrado. “Si el ´Lobo´ Fischer, respondía yo, “el que se comió a la ovejita”. Grité y sudé hasta que los gases me asfixiaron y manos amigas, manos humanas, me ayudaron a salir y me indicaron un lugar hacia donde correr para librarme de los palos.
Viernes 30: Un peronista ya es virtual vicepresidente. La altas tasas ahogan a las empresas. Palermo se fracturó al festejar un gol.
Sábado 1: Estudian dolarizar los depósitos bancarios. Por 90 días solo podrá sacarse $ 1000 en efectivo del banco. Muere Harrison.
El día siguiente desperté en la azotea del bar, junto a cajones arrumbados de Fanta. A mi lado dormía el lector loco. Tenía nomás El lobo estepario aferrado bajo el brazo. Qué lo parió. Con sigilo, bajé las escaleras e ingresé al salón como quien sale del baño. Salí, subí a mi Dodge, increíblemente allí, fiel como Tornado, y conduje hasta casa. Pasé el día mirando los noticieros ávidamente. No me vi. Ergo, no existí, al menos para la probatoria policial.
No era poco.
Domingo 2: Efectivo, limite de 250 por semana. Racing-River, el partido del año. Los Pumas, partido historico ante All Blacks: 20 a 24. Mundial: Argentina en grupo de la muerte.
Lunes 3: Claves para entender mejor el nuevo plan. Racing empató y se escapa al título.
Martes 4: La gente con dudas, los mercados mejor. EEUU brindó apoyo al plan.
Miércoles 5: Fuerte freno de la actividad comercial. Preocupa la falta de ayuda del FMI. 2 millones y medio de desocupados.
Jueves 6: El FMI dijo no, la crisis se profundiza. Permiten sacar $ 1000 de una vez.
Viernes 7: difícil intento de Cavallo antes EEUU. El Estado solo pagará los sueldos y las jubilaciones, aseguró el ministro.
Sábado 8: Cavallo negocia otro ajuste más.
Domingo 9: Quieren un ajuste de 4000 millones. Golpe al bolsillo. Crece el fenómeno del trueque.
Lunes 10: Marcha atrás con subsidios impositivos. El FMI afirmó que no recomendó ninguna medida concreta. River ganó y apuesta a la hazaña.
Martes 11: Frenan la apertura de cuentas en los bancos. Didirán el aguinaldo en 3 cuotas. Rebajas de alquileres en MdP.
Miércoles 12: Postergan una semana el pago de jubilaciones. Pellegrini ¿Chau a San lorenzo? Hoy juega la final.
Jueves 13: Hoy todos los gremios para contra el plan. San Lorenzo trae un cero que suma.
Todo ese tiempo había rondado el barrio de Marisa sin acercarme a su cuadra. Finalmente una noche me decidí. Desde la esquina vi la ventana de su pieza, la luz estaba encendida y su silueta se recortaba en el marco. La llamé desde un teléfono público: otra vez dijeron que no estaba. Poco después recibí un mail suyo. Recuerdo la emoción de ver su nombre en la bandeja de entrada, la impaciencia al abrir el mensaje. Finalmente, la desilusión de ver que me pedía una lista de direcciones de los encuestados. La mandé al carajo como forma de fortalecer mi necesidad de olvidarla.
Por suerte, al menos para distraerme, encontré trabajo en un estudio de diseño gráfico. Tenía que estar ocho horas frente a una pantalla tipeando nombres de calles para una guía. Evidentemente era difícil dejar de pensar en el barrio de Boedo. Cuando salía, a eso de las nueve, me iba a caminar por la “zona roja” de las encuestas. Todavía se seguía hablando de los fantasmas como lo más normal del mundo. Más aún, ahora todos afirmaban haber estado allí en el momento de un gol histórico o una jugada memorable. Acabé por creerlo ya que no tenía pruebas para no hacerlo, salvo la razón y el buen juicio, pero eran poca cosa.
Viernes 14: el paro fue muy fuerte y se notó en el comercio. Casi 5 millones con problemas de empleo.
Así pasaron un par de semanas hasta que una tarde, exactamente el viernes 14 de diciembre, recibí una llamada de Marisa. Quería que nos encontráramos en “La Cancha” a tomar un café. Toda la distancia que había conseguido generar en ese tiempo se desvaneció en el minuto y medio que duró la conversación, lapso en el cual le dije que la quería una docena de veces sin que se diera por aludida.
Algo ansioso, llegué una hora antes. Nuevamente había caldo de cultivo azulgrana. Dos días antes, el “cuervo” había obtenido un valiosísimo empate en Brasil ante San Pablo, lo cual significaba definir la copa de local. En el supermercado había un largo cordón policial y un piquete que casi cortaba avenida La Plata. Yo no paraba de mirar el reloj y tomar ginebra para calmar un poco los nervios. Marisa llegó tarde, pero hermosa: se había ondulado el pelo.
Pedimos una cerveza y hablamos largamente acerca de la distancia entre nosotros mientras ella desmenuzaba el ticket (eso me ponía loco porque después el mozo no sabía cuánto cobrar). Después, un cambio de expresión, una mezcla de nostalgia y altanería. Era la señal para cambiar de tema: hablar de San Lorenzo, del trabajo o de lo que fuera. Matar el tiempo. Yo la acariciaba con los ojos.
Entonces, llegaron ellos. El grupo del pelado con barba. Ocuparon cuatro mesas a lo largo, pidieron café y se pusieron a hablar animadamente. Uno leía al resto las noticias de los saqueos. Marisa no les sacaba los ojos de encima, especialmente al de barba. Yo estaba un poco celoso y se lo dije. La respuesta fue contundente “¿Por qué tendrías que estarlo?” Acto seguido, para mi sorpresa, se paró y se dirigió hacia su mesa.
-Disculpen. Necesito unas direcciones. ¿Alguien puede decirme donde queda El Centro de Comerciantes?
Cruzaron miradas interrogativas. Luego, el pelado de barba contestó:
-Estrada 234.
Marisa tomó nota en su agenda.
-¿La delegación de PAMI?
-Doblas 28.
-¿La familia Schiavinni?
-Saraza 334. Dto. D. El del fondo.
-Muchas gracias...
Si el diálogo ya daba para extrañar a cualquiera, yo no salía de mi asombro. Me dijo que necesitaba esos datos para unas encuestas y desvió el tema hacia cosas sin importancia mientras escribía algo en una servilleta. A esa altura me preguntaba con qué objetivo estaba yo ahí. Cuando terminó, la dobló y pidió al mozo que se la entregara al de barba. Incapaz de sostener la situación, me fui a la barra y pedí una ginebra, que apuré de un sorbo. De reojo vi como la invitaban a sentarse en la mesa grande. Pedí otra ginebra y después otra. Lo siguiente que recuerdo es el grupo retirándose del bar arrastrando a Marisa junto con ellos. Creo que quiso decirme algo pero el de barba no le dio tiempo. “Que se joda” -pensé- “otra vez se metió en quilombos”. Pedí la cuarta ginebra y tuve que replegarme al baño. Fueron dos minutos que pasé reclinado en el inodoro mientras perdía lastre y soportaba la tensión entre mi sentimiento y mi razón. Cuerdamente decidí que lo que tenía que hacer era entrar en pánico, gritar que la habían raptado y pedir un teléfono. Llamé al multimedio, quien sabe por qué, tal vez porque sabía que ahí debían tener el número de la policía, tal vez porque confiaba en El Gordo. El mozo me dijo que seguramente habían ido a la Sociedad de Fomento de la calle Vernet. No recuerdo que les dije o qué entendieron pero me dijeron que me quedara tranquilo, que iban para allá.
Con la curda a pleno salí con el Dodge pero olvidé sacar el traba volante que por algún motivo había quedado ajustado al pedal central. Cuando eso ocurre uno puede acelerar a voluntad, pero no puede virar y tampoco frenar. Conclusión: terminé contra las rejas del súper con el frente abollado, la bocina trabada y una columna de humo saliendo del motor. Una multitud se acercó a mirar. Me ayudaron a salir del auto mientras alguno accionaba un matafuegos. Como una señal esperada, la gente que acampaba en el frente se lanzó hacia el interior como una ola inmensa que sorprendió y superó a la seguridad. Enseguida se escucharon tiros. Hacía un tiempo ya que eso era normal.
En cuanto me recuperé del susto salí corriendo, ya despejado de mi borrachera.

Debió haber pasado un tiempo largo porque cuando llegué a la Sociedad de Fomento (la misma de donde nos habían corrido unos días atrás) me encontré con el móvil del multimedio y Daniel H., iluminado por reflectores, hablando ante las cámara diciendo que la policía estaba a punto de allanar el escondite de los terroristas (sic) del supermercado. Desde dentro se escuchaba la voz de Jorge Vidal cantando La Fulana. Cuando la ley llegó e irrumpió, la marea policial y televisiva me arrastró y terminé en el suelo en medio del salón. Desde allí la fiesta se veía imponente: guirnaldas y globos, vino y choripán. Recuerdo unas pantorrillas morenas y sólidas marcándose una chacarera cerca de mi humanidad yaciente. Me incorporé como pude y enseguida una señora gorda me tomó por la cintura; luego, estaba girando como trompo tratando de localizar a Marisa en medio de un telón del carnaval carioca azul y rojo. Se festejaba el último campeonato de San Lorenzo, mientras se esperaba la ansiada revancha contra San Pablo.
Finalmente, al fondo del salón, en una mesa pequeña, la vi: estaba con el de barba. El corazón me dio un vuelco. Hablaban animadamente y fumaban. Nunca la había visto fumar antes y eso –esa cosa iniciática a la que se dejaba someter- me molestó. Movido por los celos estallé en insultos y amenazas, mientras alguien me tomaba por el brazo: era el Gordo. Traía una cerveza y a los empujones me llevó hasta una mesa lateral desde donde se podía ver sin ser visto.
Daniel H. -advertido por mi grito- trataba de avanzar mientras cabeceaba para quitarse un gorrito de cumpleaños que alguien le había puesto. Cuando llegó, trastabillando bastante y con varios chicos colgados del hombro anunció “la caótica liberación de la mujer secuestrada” mientras dos policías esposaban al de barba. Lo siguiente que oí, en medio de un silencio repentino e imponente, fue la voz de Marisa: “Yo vine acá por mi propia voluntad”.
-¿Con o sin espuma? -preguntó El Gordo. Yo estaba muerto de vergüenza. No sabía qué decirle. Creo que percibió mi estado porque agregó, mirando a Daniel H.
-Que se joda por boludo.
-¿Vos sabías que esto iba a pasar?
-Más o menos. Cuando cortaste, estabas tan mamado que no te creí ni cinco. Pero él estaba ahí, insistió en que le contara y le armé una historia.
-Te va a echar.
-Ya me fui. Voy a dirigir un diario de pocas páginas que diga la verdad.
Mientras tanto, el revuelo iba pasando y las cosas se iban aclarando. La música retornó, la casa convidó a los agentes con choripanes y el de barba fue liberado. Daniel H. trató de explicar ante las cámaras el interesante caso de la secuestrada que no era secuestrada. Luego se retiró no sin antes avisarle al Gordo que estaba fuera. Este le mostró un dedo.
Marisa se acercó a nuestra mesa y se tomó mi cerveza.
-¿Ustedes son periodistas, verdad? Supongo que les interesará conocer la verdad sobre los fantasmas del supermercado. En dos minutos los quiero en la trastienda, donde procederé a revelar el secreto.
En medio de mi indignación creo que era la última frase que esperaba oírle decir. Lo peor es que dejó mi enojo en un paréntesis ridículo. Ahora sé que estaba preparando la escena y, de alguna manera, se lo merecía. Nos corrimos a la trastienda (en verdad, la cocina). Nos hizo sentar en dos sillas bajitas mientras ella permaneció de pie. Comenzó pausadamente, masticando la frase, como buscando un efecto.
-Como usted sabrá, al principio, me enganché con la idea de las proyecciones (el tono formal con que se dirigía a mí podría convenir a su armado escénico pero francamente me reventaba). Era lógico. Si tantas personas habían visto algo, o eran fantasmas o eran proyecciones.Y como los fantasmas no existen, debían ser proyecciones. Ahora bien, cuando resultó obvio que las agencias de publicidad no tenían nada que ver empecé a dudar. El supermercado por sí sólo no se hubiera arriesgado a una movida tan grande sin asesoramiento. Había pues, que buscar por otro lado, por improbable que pareciera. El problema era que había muchísimas puntas. Estaba la historia intrigante del ahorcado y la actitud sospechosa del grupo del bar “La Cancha”, algunos de los cuales habíamos visto al principio en el supermercado y más tarde en la TV bajo diversas personificaciones. Era el momento de mayor desconcierto. Muchos datos pero ningún patrón que los organizara. Pensábamos en la necesidad de una conexión interna. Al ver a Cristino con el pelado de barba y sin bigotes creímos haberla encontrado. Pero al descubrirse que era un fabulador volvimos a quedar en cero.
Entonces una noche, jugando a los antónimos, accidentalmente surgió la oposición “conexión interna” - “conexión externa” y fue como si una débil luz se hubiese encendido en la oscuridad. Justamente un rato antes habíamos estado trabajando con el mapa de la “zona roja” de Boedo… De repente, el afuera se hizo fuerte y ganó mi atención. Me distraje pensando en eso y por ese motivo perdí el juego.
-No aclaraste eso en ese momento- intervine con malicia.
-Era obvio. Yo jamás perdería a los antónimos. Bien. A partir de aquí la nueva clave era el exterior. Mis sospechas hacia la “zona roja” se confirmaron al día siguiente cuando nos corrieron. Entonces confirmé que estábamos tras alguna pista. Al mismo tiempo, a juzgar por el cariz que estaban tomando los acontecimientos, todo llevaba hacia una dirección: el complot, el exterior contra el interior. El barrio contra el súper.
Era un avance, pero aún estaba lejos de la solución. Otras preguntas aguardaban: ¿para qué? (Más tarde, cuando se produjeron los saqueos, creí haber tenido esa respuesta, pero estaba equivocada) y por sobre todas las cosas ¿cómo? Un complot es algo que requiere necesariamente pocas personas. Allí, por lo pronto, había una multitud compacta afirmando haber visto a los fantasmas. Hacía falta un agente multiplicador que actuase secretamente coordinando a todos. Conocido y anónimo a la vez. ¿Quién podía reunir semejantes opuestos?
-Nadie. O una cosa o la otra –interrumpí por molestar.
-Error, estimado Watson. La respuesta es “alguien”, alguien muy evidente. La carta de Sherlock Holmes me dio la primera pista fuerte. Ahí sí, sentí que tenía la punta de un ovillo y que necesitaba estar sola un tiempo para poder pensar con tranquilidad.
-Me dejaste por un estúpido enigma...
- Esa noche, me la pasé en vela pensando en la carta y al final recordé haberla leído justamente en un cuento de Conan Doyle.
-Entonces no existía tal señora de buena presencia.
-Elemental. Ese fue su error. Quedarse pensando en el contenido de la carta. En cuanto constaté que era un fragmento de un libro me convencí de que nos llevaba a un callejón sin salida. La clave estaba es quién o quiénes la enviaban y cómo. Siendo como era una respuesta a mi carta original a Holmes, era lógico pensar que alguien la había interceptado e intentaba seguirnos la broma. El hecho de encontrarnos con estampillas falsas nos llevó a pensar en un vecino o alguno de los del bar. Pero yo la había depositado personalmente en el correo, por lo cual la respuesta tuvo que haber venido de allí. Entonces recordé el patrón geométrico que se había formado en el plano de Boedo y que en su momento no habíamos sabido interpretar. Cruzando ambos datos, la respuesta era asombrosamente simple y evidente.
-Un cartero....
-La persona indicada para coordinar todo. Conocido y anónimo a la vez. Cuando le preguntamos al portero si había entrado alguien y dijo que no era verdad. Si le hubiéramos hablado de la carta nos hubiese respondido que él la había recibido de manos del cartero un rato antes y la había deslizado por debajo de la puerta como de costumbre, ignorante e inocente de todo lo ocurrido. En conclusión, la carta tenía que haber sido interceptada dentro del correo, respondida por alguien relacionado con el correo y enviada de la forma tradicional: por correo. Pero además: ¿cuál era el sentido de enviar mi carta a vuestra casa? Era obvio que nos conocían, sabían que investigábamos el caso y nos tomaban el pelo. Con la excusa de las encuestas volví al barrio y pregunté por el cartero, pensando que sería así de fácil. Pero me encontré con que ahora hay decenas. Son todos pibes contratados por un tiempo. No tienen continuidad. No llegan a entrar en confianza y un complot necesita tiempo. No. Tenía que ser un cartero de los de antes. Fui al Correo Central e indagué sobre los viejos recorridos. Me trajeron un plano y allí estaba, el triángulo imperfecto: reparto 18, entre Moreno, Estrada, Viel y Asamblea. Pregunté a las abuelas de la zona y me hablaron románticamente del cartero, como un tipo alto y corpulento. Les pregunté si era calvo y usaba barba y para mi desilusión me respondieron que no, por supuesto que no. Lo recordaban lampiño y con una hermosa cabellera negra. Nuevamente llegaba a un callejón sin salida. Pero esa noche, por pura casualidad, mirando fotos antiguas con mis viejos, observé la manera asombrosa en que cambia la gente desde los 40 a los 60 años. Tranquilamente podía tratarse del pelado de barba veinte años atrás. Sabía que se reunía con su grupo los viernes en “La Cancha” y decidí jugármela. Tenía miedo de ir sola, por eso le pedí a usted que me acompañara.
-Gracias. Pensé que usted tendría ganas de verme.
-Cuando en el bar le pregunté una serie de direcciones y vi que las conocía todas, ya no me quedaron dudas. Era la prueba que necesitaba para confirmar que era o había sido cartero. Le envié una nota diciéndole que lo sabía todo. Entonces me invitó a charlar y me relató la historia. Cuando me habló de venir aquí no me pude resistir. Sabía que a usted le darían celos pero se lo merecía por su intemperancia.

Se armó la mesa grande. El Gordo pidió más cerveza y algo para picar. Marisa se sentó a mi lado y nos presentó al Padrino, o el pelado de barba y sin bigotes. Nos saludamos fríamente. Tenía frente a mí al hombre que podía explicarlo todo y hacían falta explicaciones. Pero yo no tenía ganas de hablar. Por suerte, El Gordo rompió el hielo.
-¡Qué quilombo! ¿Eh?
El otro sonrió y alzó las cejas como diciendo “y...qué se le va a hacer”.
-¿Por qué? -pregunté sin saber exactamente a qué me refería. Mi resentimiento se apaciguó al oír su voz, un gorjeo agudito, ridículo para semejante cuerpo.
-Vaya uno a saber. Hay tantas razones: per jodere, por puro placer lúdico, para poner a los muchachos del taller en una situación real, como acto de justicia...
-Muchas cosas ¿eh? -matizó El Gordo mientras yo miraba enojado a Marisa, que miraba otra cosa. El otro seguía asintiendo.
-Tiene que ver con el folklore popular, con la identidad. Esa cancha era un pedazo de historia, un monumento. Nos dijeron que por ahí tenía que pasar una calle y nos mintieron. El Gasómetro fue un desaparecido más. En contraposición, nosotros inventamos algunas siluetas, pocas, comparadas con las que le faltan a la ciudad, al país. Una forma de compensación.
El Gordo sacó el grabador.
-¿Por qué tanto tiempo después? ¿Qué sentido tiene?
-En realidad creo que veníamos preparando todo desde el día en que inauguraron el supermercado. Primero empezó como una fantasía mía, después, poco a poco, fui hablando, tanteando gente. Te imaginás que en 40 años de correo terminás recorriendo todas las calles, conociendo a cada hincha, donde vive, cómo es. Muchos estaban de acuerdo en sostener la fábula pero de ahí a actuar... La cosa cambió cuando se abrió el grupo de teatro, que tengo el honor de dirigir, aquí en la Fomento.
-¿Se hizo actor para montar todo esto?
-No. Lo de la actuación me viene de siempre, de mis padres y abuelos. Mi abuelo conoció a Lorca en los caminos de España y mi padre fue compañero de Villafañe acá en Argentina.
-Mire usted. ¿Y nunca se le dio por ese lado con semejantes antecedentes?
-No. Solo por vocación. En una época teníamos una compañía que ofrecía funciones gratis en las cárceles, dábamos obras de Brecht y de Ghiraldo, un anarquista que hacía teatro de tesis a principios de siglo, pero en el ‘76 se acabó todo eso.
-Ahora, para montar lo del súper, necesitó un grupo grande...
-Al contrario. Si te fijás bien, el número de los que pusieron la cara era muy reducido: el Cano Fernando, Carlos y Gladis, la Enana, Héctor, Carmen, la negra Margot y Dora Rubicoli. Ocho personas. Maquillaje más, maquillaje menos. La clave fue el primer día, el día D. Esa fue la apuesta fuerte. Ese día gritaron, se desmayaron, juraron lo imposible. A partir de ese día la cosa cobró vida propia. Empezó a aparecer gente que ni siquiera era del barrio jurando haber visto los fantasmas. Después se trató de tener presencia en los medios. Nos anotábamos para ir a los programas donde se hablaba del tema. A veces nos caracterizábamos de otra manera para ir de un programa a otro. Como motivación era inmejorable, inventar un personaje y representarlo frente a miles de personas
-Pero lo lógico era que uno de ustedes o del barrio en general, uno que no estuviera de acuerdo, hablara.
-De parte del grupo, imposible. De afuera puede ser pero lo hubieran considerado un escéptico. Una vez que la cancha está embarrada, da lo mismo arrojar agua o tierra. De todos modos, el barrio respondió con una solidaridad increíble.
Alguien avisó que en la TV estaban cubriendo el saqueo. Nos arrimamos al televisor. La gente corría entre las góndolas volcando cosas dentro de los carritos. Un chico descalzo comía galletitas sentado en el suelo. De fondo, como ambientación, se oía el barullo del baile de la fomento y la ronda de enganchados.
- ¿Esto también lo planearon ustedes? – dijo El Gordo sonriendo.
- No, pero era una consecuencia posible. En un país donde de cada diez personas tres tienen hambre si juntás cien tenés treinta hambrientos, si juntas mil, trescientos; y así sucesivamente... En el fondo lo que queríamos era joderles la paciencia un poquito. Estorbarles. Mucho lumpen y poco cash. Eso les revienta. Pero esto, bueno, se fue un poquito de las manos...
En alguna parte un comerciante lloraba ante los restos de su negocio, en otra, cúmulos de mercadería esperaban el ataque de gente contenida por la policía... “los dueños han preferido vaciar el local a verlo invadido y destruido”. Un cable urgente revelaba que los saqueos ya se habían extendido a otros lugares. Los supermercados llamaban a sus empleados a resistir para conservar sus puestos de trabajo... Me vino a la mente Cristino y sus temores.
- ¡Cristino! -reaccioné- ¿Quién era Cristino?-
El Padrino no pudo evitar una carcajada.
-“Cristino”, como lo llamás vos, se cortó solo. Estaba un poco ofendido porque no lo elegí para improvisar.
- ¿...?
- Se cortó solo. Armó esa historia ridícula del ahorcado y después lo de la nota... pura fábula.
-¿Por qué se metió con nosotros? Ese día había periodistas por todos lados.
-Ustedes habían dado la primicia. Y eran uno de los medios “grossos”. Lo de hacerse pasar por encargado vaya y pase. Hablamos con él y le dijimos que ya estaba bien. ¡Imaginate cuando nos dijo que lo iban a reportear! La escena de El Fantasma de la Opera la venía haciendo en el taller. Cuando te dio la entrevista en San Juan y Boedo lo queríamos matar. Teníamos miedo de que descubriera todo, así que fuimos a vigilarlo. Lo de echarnos haciéndose pasar por nuestro jefe fue una buena jugada.
-Pero cuando el multimedio llamó al supermercado para verificar la fuente y lo del ahorcado, ellos confirmaron todo - argumentó El Gordo.
-Se los dijo él mismo. Es, o mejor dicho era, telefonista. ¡Armando!
Apareció un tipo joven, rubio, no pelirrojo, peinado a lo garzón, con un ligero estrabismo que obligaba a atajarle la mirada. A Cristino nunca se la había notado. Caracterización irreprochable. Me saludó tímidamente con una inclinación de cabeza y se sentó sin decir palabra. Un tipo que se había jugado el laburo por su fé merecía mi respeto, no mi rencor. 
-¿Por qué nos corrieron el día que estábamos encuestando?- pregunté.
-Nadie los corrió. Alguien gritó y ustedes no pararon- dijo el Padrino riendo mientras buscaba otros canales.
-¿Y la carta que encontramos?
-Queríamos despistarlos, o darles pistas, según cómo se vea. En el Correo me quedan muchos buenos amigos. Nos informaban cualquier cosa que pudiera ser interesante. Te imaginás cuando cayó la carta para Sherlock Holmes. Pensamos que sería una agencia de detectives o algo así. No tenía idea de que era una broma hasta que ella me contó. El Gordo grababa y tomaba apuntes en la servilleta. Yo me sentía como en una película de la guerra fría.

En la pantalla había fuego, manifestantes arrojaban bombas Molotov contra la fachada de un súper en Lanús...; en otro, la policía apaleaba a los que salían. Una embarazada juraba que el milico que la golpeó lo lamentaría. Córdoba, Santa Fé, Mar del Plata... los saqueos ya se habían extendido a todo el país. Yo pensaba si todo había empezado a causa de un traba volante mal puesto. Aullidos y silbidos recibieron la llegada de El gran simulador en la voz de Los Plateros. Era la hora de los lentos. Marisa me tomó del brazo y me llevó a la pista. Yo la besé y le pedí que nos casáramos y me mandó al cuerno.

Sábado 15: la Argentina pagó y evitó el default.
Domingo 16: Gobierno: avanza la idea de dolarizar. Saqueos en Mendoza y Entre Ríos (comenzaron el vierrnes). Racing puede ser campeón.
Lunes 17: Racing está a un punto de ser campeón. No habrá dolarización forzosa, dice el gobierno.
Martes 18: Por única vez, dejan sacar 500 pesos más.
Miércoles 19: El mayor desafío de San Loenzo: juega esta noche con Flamengo. Presupuesto, el recorte es de 6000 millones. Una noche de saqueos y violencia.
Jueves 20: Se va Cavallo. Negocian con el peronismo.
Viernes 21: Renunció de La Rúa.

Unos días después del baile en la Fomento ocurrieron los hechos por todos conocidos: el pueblo derrocaba a un presidente, su reemplazante anunciaba que la Argentina ya no pagaría la deuda externa y que crearía un millón de puestos de trabajo. Por último: Racing salía campeón con “Mostaza” Merlo como técnico. Todo muy extraño.
Debido a los disturbios San Lorenzo no jugaría la final hasta enero del 2002.
Y fue campeón.


Restos: Entonces es más honesto admitir que lo que van a leer a continuación es una invención fruto de mi amor por un gran club de barrio, por el deseo de jugar con las palabras y por ciertas experiencias personales que no vienen al caso pero que siempre son útiles para alimentar la ficción.


PROLOGO A UNA NUEVA EDICIÓN
El comienzo del segundo milenio -momento en que ambienta la novela- fue para Argentina un momento histórico. El neoliberalismo que la había asolado desde la dictadura militar de 1976 había acabado con el estado de bienestar del peronismo dejando a la ávida clase media desairada y a los sectores populares piqueteando en la calle, que era el lugar donde habían quedado. Todo lo que Perón había hecho Menem lo había deshecho, decían. El fuego de Prometeo volvía a sus "legítimos dueños", más transnacionales y caimanes que antes. También para San Lorenzo de Almagro corrían tiempos inéditos al conseguir su primer título internacional 93 años después de su fundación.

Algunos personajes enmascaran a periodistas de la época divididos en la mente simplota del autor en "buenos y malos".
¿Quién podría imaginar que la sensación del personaje de estar creando la realidad a través de las páginas del diario, quedaría evidenciada quince años más tarde en el accionar de los medios monopólicos en su afán de voltear un gobierno popular que se negaba a responder a sus intereses? ¿Cómo suponer que el periodista supuestamente bueno en 2001 se convertiría en el principal operador político de esos medios mafiosos? !Cómo cambia el tiempo a las personas! Y qué incómodo ver a una de las figuras mediáticas encargadas de idiotizar al público televisivo (al mismo tiempo ferviente y reconocido hincha de San Lorenzo) en el puesto de alto dirigente en el momento de obtener la imposible Copa Libertadores en 2014. Como dirían los Stones, "mixed emotions".

Puestos a reescribir quince años más tarde, era tentador hacer justicia literaria y reemplazar un personaje por otro, castigar al traidor, pero hubiera significado borrar una huella importante de la realidad y la lógica a veces imposible que definen la experiencia cotidiana de los argentinos. El desengaño del tango nos cruza en más de un aspecto, sin duda. 
También se podría haber re-representado un escenario que anticipara el panorama político-periodístico singular del país en 2015 cuando cayeron las vendas que nos impedían ver la construcción mediática de la realidad, en ocasiones definida por pautas exclusivamente ficcionales pero habría significado tergiversar la verdad histórica. En 2001 los lectores de los grandes diarios argentinos creíamos ingenuamente (al menos yo era uno de ellos) que nos informaban -con todos los matices subjetivos inevitables- de modo independiente de intereses económicos sectarios. Es más, nuestra atención cotidiana se veía atraída exclusivamente por la enorme crisis política del gobierno de la Alianza. Es decir, entonces nos desayunábamos con las consecuencias y actualmente por las causas del mismo fenómeno.

PROLOGO PRÓLOGO
A Osvaldo Soriano, cuervo.

“Más allá (...) Ésta es la historia de una pasión. Un sentimiento que tiene nombre y color: San Lorenzo de Almagro, el azulgrana”

                                                                                La Historia de San Lorenzo. Fasc. I.

Vivió los hechos en 2001 convencido de que eran realistas.
Escribe prólogo en 2006 a punto de publicar la historia en libro

La imaginación popular a menudo crea historias. El tiempo se encarga de corregirlas, pulirlas y hasta reescribirlas. La distancia temporal ayuda a la credibilidad. Los fantasmas así, van adquiriendo una frágil osamenta y poco a poco se van haciendo más nítidos, casi tangibles.
Ahora bien ¿Es posible la convivencia cara a cara con los aparecidos? Sí, a juzgar por infinidad de testimonios de personas que dicen tener un pariente a quien alguna vez alguien les reveló haberse encontrado uno.
Pero en realidad usted no cree en fantasmas, ¿verdad? Tampoco yo, aunque por otra parte, después de la reciente revelación que me fuera comunicada... pero pongamos que no y de ese modo nos quedamos tranquilos y yo particularmente me ahorro el costoso trabajo de hacerle creer a usted que lo que voy a contar realmente ocurrió. Por algo me decidí, al principio de la escritura, allá por el onírico 2002 argentino, luego de interminables correcciones, a cambiar de género y travestir mi poco sustentable investigación periodística en una suerte de relato policial, que por ser un género ficcional  le impedirá a usted, insidioso lector, hacer disquisiciones acerca de la verdad y la mentira sin caer en el ridículo o ser pasivo de un severo juicio de parte de alguien más conocedor de los pactos de lectura (esto último me lo dictó Marisa, mi novia, estudiante de Letras y auténtica heroína de estas páginas). O sea, leerá todo como invención y punto.

Lo mejor que puede pasar con una historia que incluye referentes de fuerte repercusión social es ser publicada de inmediato. Así, cualquier anacronía queda justificada con la fecha de edición. Nadie lee un diario viejo y se escandaliza por su falta de actualidad.
Pero.
Los hechos ocurren. Usted comienza su tarea. Recaba datos, los organiza, incluye cambios, licencias, lee, duda, reescribe, da a leer, escucha, rompe todo, empieza nuevamente… y así, luego de un par de años usted acabó su historia: redonda, perfecta. La ofrece a los editores. La reciben amablemente. La guardan. Se toman su tiempo. Meses, años. Alguno lo llama. Sugiere algún cambio. Usted se niega -con gesto estatuario de político radical- porque considera que la dignidad no se negocia. Pasa más tiempo. Décadas, siglos. Lo vuelven a llamar. Insisten con los cambios. Usted acepta. (A esa altura usted. entregaría a su hermana). Mientras tanto, en los universos en que abreva la ficción, -esa mezcla de verdad e invención que tan bien define Saer- (también de Marisa), pasan cosas nuevas. Imagínense una novela ambientada en la zona del Muro de Berlín, escrita en 1998 y publicada, supongamos, en 1993. Supondría un pequeño problema. (Si de escribir sobre muros se trata recomiendo la Gran Muralla).
Y bien, una cierta mañana de enero de 2006, a cuatro años del final de la historia que nos ocupa, con el manuscrito finalmente listo y a punto de entrar a composición e imprenta…

PROLOGO EPÍLOGO

… una multitud (y yo junto con ella, aferrando un manojo de papeles tardíos) se internaba en el cementerio de Flores, llevando a pulso un soberbio ataúd de roble que parecía contener, no el consumido cuerpo de un hombre largamente enfermo, sino varios hombres con todo el peso de sus días y sus recuerdos. El Gordo J y yo empuñábamos las dos manijas de la cabecera, Cristino y el Cano Fernando habían tomado las de los pies. Por las dudas Carlos y Héctor apuntalaban el medio con manos firmes. El suelo estaba resbaladizo y ninguna precaución sobraba... Finalmente llegamos a la fosa recién abierta: el ataúd fue bajado hasta el fondo. Redoblaron primero sobre la caja los terrones amigos y a continuación la multitud obró lo suyo hasta casi no dejar lugar a las paladas brutales de los desairados sepultureros. Arrodillado sobre la tierra santa, El Gordo J. desplegó una bandera azulgrana como quien tiende prolijamente una cama mientras el Cano Fernando aseguraba en la cabecera de la tumba una cruz de metal en cuyo negro corazón de hojalata se leía lo siguiente:

EL PADRINO
R.I.P.

Luego, mientras nos alejábamos de la tumba sacudiendo el barro de nuestras manos, la gente del grupo de teatro me llevó aparte, al pie de un añoso paraíso. Estaban todos, como en tantas despedidas los últimos años en la redacción o en la fomento. Fieles, huérfanos, dignos. Cristino tomó la palabra en nombre del resto:
- Porque ya no ha de importarle- tartamudeó.
-Circe- murmuré al escuchar las primera palabras del relato de Cortázar, uno de los muchos que Marisa me había pasado mientras reconstruía esta “crónica”, para “inspirarte y darle un mínimo nivel literario”. Por un momento pensé que irían a representar algo, una de las muchas adaptaciones que tanto le gustaban al Padrino. Un homenaje. Pero no. Era casualidad. Con leve ademán Cristino selló mis labios y continuó:
-Decía que ya no ha de importarle- susurró mirando hacia la tumba aún rodeada de gente-, pero durante todo este tiempo le ocultamos algo. Fuimos unos cobardes. Doblemente cobardes...
-Sencillamente nos faltó valor –agregó tímidamente Gladis buscando refugio en los brazos protectores de Carlos. Comprendiendo mi desconcierto, Cristino resumió:
-El día que empezó todo… en el supermercado. ¿Se acuerda? El día D…
-Sí. ¿Cómo no? Hace años que vengo escribiendo sobre eso- dije, mostrando un fajo de papeles en mi mano. ¿Qué pasó ese día?
-No fuimos.
-Sí fuimos –intervino el Cano cruzándole la mirada.
-Está bien, fuimos –reanudó Cristino concesivo- pero nada más. No hicimos nada.
Ni gritos, ni desmayos…
-Nos faltó el valor –insistió Gladis.
El Gordo J. se había unido al grupo un momento antes y escuchaba a mis espaldas. El estrabismo de Cristino nos abarcaba a ambos sin problemas. Se ruborizó y agachó la cabeza.
-Nada…
-Pero entonces... -agregué incrédulo.

-Entonces escribiste otro género -filosofó El Gordo, concentrado en encender un cigarro. Te veo en el diario.



San Lorenzo había clasificado a duras penas en la fase de grupos jugada entre julio y octubre de ese año, dejando atrás a Olimpia de Paraguay por diferencia de goles. La zona la había ganado Flamengo y era amplio favorito. Además nos había ganado partido y revancha.

25 de octubre San Lorenzo 4 Cerro Porteño 2
Cerro Porteño 1 San Lorenzo 2

22 de noviembre Corithians 2 San Lorenzo 1
29 de noviembre San Lorenzo 4 Corithians 1

12 de diciembre Flamengo 0 San Lorenzo 0
24 de enero San Lorenzo 1 Flamengo 1

Juan remataría el primer penal, pero sería atajado por Sebastián Saja, Alberto Acosta sería el responsable de la ejecución del primer penal para San Lorenzo, el cual también sería atajado pero por Júlio César. Dejan Petković pondría el 1-0 para los brasileños, Juan José Serrizuela malograría el penal que también fue atajado por el arquero basileño. Andrezinho pondría el 2-0, pero Leandro Romagnoli, macaría con suspenso el primer penal para San Lorenzo descontando y poniendo el 2-1 parcial. Cassio mandaría por arriba del travesaño el penal y Lucas Pusineri, nuevamente con suspenso ya que la volvería a rozar el arquero, igualaría el marcador en 2. Edson, volvería a poner en ventaja a los brasileños, peroSebastián Saja volvería a igualar el marcador. Roma no podría con el arquero Saja el cual le atajaría el penal de una manera estupenda, dejándole la responsabilidad a Diego Capria para poder darle la consagración al club argentino. El defensor argentino con un fuerte remate al ángulo derecho marcaría el 4-3 final y la primer copa internacional para el club de Boedo. Al ser esta la última edición de la copa, San Lorenzo se quedaría con la copa de forma definitiva.